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Ante su elogio el cerró los ojos y sonrió con sincera satisfacción; qué incluso un hechicero como él, tan antagonista de sus modos, pudiese comprender la rigurosidad de su labor produjo cierta complacencia. El éxito ajeno también era el propio, porque fue él quién facilitó las herramientas para ello, si ese entusiasmo hallaba buen puerto, su ganancia se multiplicaría a niveles desmesurados, la bolsa de oro que sostuvo en todo momento, incluso al momento de anotar, nada sería en comparación a lo que podría ganar—. Valdrá la pena cada gota de sudor que has derramado por ellas —afirmó antes de devolver su mirada a él, aunque lo anterior dicho fuese un susurro, intuyó llegaría a sus oídos antes de su despedida. No volvió a gritar, solo le ofreció una sonrisa extremadamente amistosa para alzar la mano desocupada a la altura de su pecho, enseñó la palma de esta, mas no hubo movimiento en tal gesto informal. Con su ausencia, quedaría reanudar su labor, luego comenzar con el nuevo bosquejo.
 
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