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— Tenemos dos horas como máximo, pero mientras más rápido tomemos el tren será mejor —explicó sin dirigirle la mirada a su asistente, pues sus ojos fueron robados por la solicitud escrita de la dueña de su voluntad. Dentro de una carpeta de madera había fotos, instrucciones, detalles que solo le competieron a él—. Donde iremos completaré mi obra, así que necesitaré todos mis pigmentos y pinceles, aunque también los tintes sintéticos —esa fue la instrucción, que organizara su inventario para con la totalidad de las herramientas de trabajo, incluyendo por supuesto los documentos que él tenía en mano y que él volvió a apoyar en su escritorio, no sin antes cerrar la susodicha carpeta con la elegancia propia de su persona. Un suspiro, aunque no fuese el quién realizara tal labor, lo cierto es que en su ausencia él tendría que tomar algunas medidas preventivas para que nadie se atreviera a adentrarse en su estudio, ahí en la magnifica, como también oscura sede de la asociación. [...]
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