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«Sus hebras recuerdan a los de cierta mujer, que incluso hoy en día resuena en boca de los mortales. Una semilla ahí plantada en la conciencia de la humanidad».
 
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[...] Los pasos resonaron sobre el encerado piso, su caminar se dirigió hacia una hermosa pintura de recuadro dorado que se hallaba ornamentado el estudio. Esta obra magnífica pareció robada del renacimiento más joven, una hermosa, pero aún así siniestra pintura del "Castel Sant'Angelo", aparentemente arrancado de antaño, rodeado de una Roma sanguinolenta y degenerado, pero aún así majestuosa en su decadencia— ¿Cuánto tiempo tardarás? —preguntó una vez resguardó sus manos tras su baja espalda.
— Tenemos dos horas como máximo, pero mientras más rápido tomemos el tren será mejor —explicó sin dirigirle la mirada a su asistente, pues sus ojos fueron robados por la solicitud escrita de la dueña de su voluntad. Dentro de una carpeta de madera había fotos, instrucciones, detalles que solo le competieron a él—. Donde iremos completaré mi obra, así que necesitaré todos mis pigmentos y pinceles, aunque también los tintes sintéticos —esa fue la instrucción, que organizara su inventario para con la totalidad de las herramientas de trabajo, incluyendo por supuesto los documentos que él tenía en mano y que él volvió a apoyar en su escritorio, no sin antes cerrar la susodicha carpeta con la elegancia propia de su persona. Un suspiro, aunque no fuese el quién realizara tal labor, lo cierto es que en su ausencia él tendría que tomar algunas medidas preventivas para que nadie se atreviera a adentrarse en su estudio, ahí en la magnifica, como también oscura sede de la asociación. [...]
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(...) indispensables, que no dependían de la duración que pudiera tener su viaje. Una asistente como ella no conocía el descanso o los días libres, su vida estaba al completo servicio del pintor, tampoco necesitaba de esos caprichos mundanos puesto que no conocía el gusto por esto. Toda orden era cumplida a la perfección, desde las mas simples o banales, hasta aquellas que podían ser cuestionables por su naturaleza.
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El rostro se mantuvo inexpresivo, incluso en presencia de aquel que llamaba "su señor", acostumbrada a los imprevistos en su trabajo, su mente de inmediato comenzó a trabajar en todas las modificaciones que haría en el horario de su amo para garantizar que ningún evento quedara sin atención.— De inmediato. —Tener el paso libre a la habitación del pintor era un lujo con el que algunos solo podía soñar, para ella era tan solo parte de la rutina diaria. Mientras se adentraba en el lugar que conocía como la palma de su mano, dado que una gran parte de la organización era su responsabilidad, se dio a la tarea de averiguar todos los pormenores de aquel viaje para garantizar su perfección, porque nada menor a eso era admisible.— Mi señor, disculpe mi pregunta, ¿cuánto tiempo estaremos en Londres? —Calma fue su forma de expresarse, seguida de un mutismo a la espera de la respuesta. Con la puerta cerrada como él había indicado, se movió por los estantes seleccionando aquellas cosas (...)
[...] por libros, un escritorio ubicado delante de un ventanal cubierto por cortinas de porte victoriano y de una dulce tonalidad vino y un conveniente sillón ubicado en el único espacio donde no existían tomos de densa teoría, tal mueble entonó con al esencia refinada del resto de la habitación iluminada tenue por el escueto cielo londinense—. Cierra la puerta, por favor —eso indicó tras darle la espalda, lo que hubo en el escritorio llamó su atención y hasta una posición reflexiva le obligó a adoptar.
Cuando la puerta sonó él justo terminó de dar la última vuelta a la coleta que siempre llevaba al momento de salir de su estudio, Lord Valueleta le dio una orden y él como parte anexa de su familia obedeció sin siquiera rechistar. Su vestimenta indicó que el recado no se realizaría en Londres, sino fuera de este y en un sitio que no requiriera de la etiqueta habitual. Descendidos sus brazos su atención fue a parar hacia la fina puerta de madera, parcialmente ornamentada con detalles dorados y hechizada para que nada del otro lado pudiese ser escuchado desde el exterior, eso incluyó los sosegados pasos que lo trasladaron al umbral que enmudecido se abrió—. Saldremos de Londres, necesito que prepares todo para ello —normalmente él hubiese avisado con anticipación, pero la verdad es que en aquella sociedad la rutina es un concepto inexistente. Tan rápido como le dio explícito permiso aquél hombre de digno porte se volvió a adentrar en esa habitación, prácticamente tapizada [...]
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Pasos lentos y afables, que evocan la gracia de un cisne sobre un lago. De largos cabellos rosas en contraste con la pulcritud de su blanco vestir, con un rostro estoico incapaz de mostrar emoción, Annalisse se desliza por los largos pasillos de la torre del reloj.— Mi señor, me ha llamado. ¿En qué le puedo servir? —Cuestiona con voz calma y dulce. Los nudillos de la diestra dan pequeños toques a la puerta que permanece cerrada, esperando la autorización de su amo. La mano izquierda se mantiene sobre su regazo, en una posición de sumisión tallada a fuego en su ser.

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