26-30, F
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RoyceShneider · M
Conociendo a una Desconocida.
Un bolso negro sobre el suelo dejado caer por mera pereza. Una mirada alzada hacia los rascacielos mientras un cigarrillo iba siendo terminado a rápido ritmo. Con que aquella ciudad era Paris, quién diría que era una enorme urbe. Las calles no eran tan pintorescas en las noches, probablemente la suciedad salía más cuando la oscuridad se hacía presente. Así como los sentimientos de las personas, mientras más suciedad, más es la maldad que muestran. Pero eso era otro tema, realmente lo interesante era que aquella ciudad era propicia para muchos planes.
La noche ya había caído desde hace varias horas, el Scheider iba caminando por aquellas aceras con el bolso negro en mano como cualquier viajero con sus pertenencias. Su mirada estaba cargada de mucha indiferencia, sus expresiones no eran otras que las de alguien muy observador pero a su vez de poco buen humor. Ya pasaban más de las 10 de la noche, y el frío en la ciudad no dejaba de socavar entre sus huesos, aquella chaqueta negra no lo resguardaba del todo. Para el mayor de sus deleites había una cafetería que cerraba a media noche, su hora favorita. Se decidió visitarle.
La puerta de la cafetería la abrió lentamente con su acostumbrada paciencia, calculadora, premeditada. Al entrar no vislumbro bajo ningún concepto –porque realmente no le interesaba– alguna otra persona que allí estuviese. El Scheider caminó directamente hacia una de las mesas vacías del local, había un olor pronunciado a café quemado. Tomaría asiento, volvería a dejar caer el bolso a sus pies y con un ligero inclinar de su rostro hacia un joven mesero pediría –Un café, sin azúcar.
El café llegó sin prisa a su mesa, el mesonero observaría la expresión en el cliente, expresión que era la acostumbrada en su rostro. Una vez que aquel muchacho se retiró el Schneider volvió a quedarse solo y contemplativo con sus propios pensamientos. Las cosas estaban mejorando drásticamente, los planes creados se veían muy provechosos, sin mencionar el éxito rotundo que tuvo en Egipto y la India ¡Pero qué éxito! Ah, recordaría escribir algunas cuantas líneas en un modesto cuaderno forrado en cuero vino tinto. Sacó una pluma muy metódicamente, dio un sorbo a la taza y escribió con su izquierda como si de un diestro se tratara. Una hora, un nombre, y una consecuencia sería el tema de aquellas líneas. Mientras las letras se formaban con el movimiento de su mano el Schneider no dejaba de repetir en su mente aquella escena que ahora plasmaba, un ligero sonreír en su inexpresivo rostro surgiría como un temblor insignificante.