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Mercado negro, Puerto de Mithlond.
 
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CV1572943 · F
esbozó una sonrisa en agradecimiento, y sintió como en su pecho anidaba una calidez nueva.

Se quito el collar que traía puesto y lo puso dentro del guardapelo, y lo guardo en el bolsillo de su capa; luego se colocó el collar, ya había estado mucho tiempo en la oscuridad. Después de descubrir que él tampoco tenía conocimiento sobre la alianza, le dirigió una mirada curiosa y profunda, — Yo tenía la esperanza de que tú supieras en que consistía, me causa mucha curiosidad. — dijo en un tono de voz que parecía estar lleno de anhelación.

Es cierto, tu espada... ¿es la espada legendaria? pensé que quizá pudiste encontrarla. — le preguntó, había recordado que lo haría cuando estuvieran más tranquilos. Siguió caminando a la par de él mientras esperaba atenta su respuesta; no solía entrar sola a ese bosque, si debía ser honesta consigo misma Rivendell le daba algo de miedo, pero para bien o para mal sé sentía segura a su lado.
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Era algo normal en la vida de la joven Velaryon que tomarán su mano después de una presentación, un saludo o una despedida, pero cuando el príncipe Árann lo hizo, consiguió que su corazón se acelerará a toda prisa, y cuando la miro a los ojos no pudo evitar el rubor que creció en sus mejillas, además volvió a quedarse embobada con él; aún así no se perdió ni un detalle de la historia de su madre y el collar.

Sus ojos se abrieron a la par, sorprendidos ante lo que sus oídos escuchaban. Pensó en negarse a quedarse con tan valiosa reliquia, por que podía ver lo especial y lo que significaba para él, sin contar el hecho de que acababan de conocerse, pero algo en la forma de contar esa leyenda del joven noble la había atrapado. No puso resistencia cuando él hizo que sus dedos se cerrarán en torno al collar, y para ella el tiempo pareció dilatarse. — Lo atesoraré por el resto de mi vida, estará seguro conmigo. — {...}
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tan propia en él—, Una alianza de tan remota historicidad, siempre dejará tras de sí testigos o vestigios de los hechos.
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Mi madre solía mesar mis cabellos mientras tarareaba la canción de su casa, famosa en Ridderlann. —le dijo, sonriéndose de apego a lo que narraba—, Pero lo único que yo hacía era mirar su colgante. Me contó su leyenda. —añadió, volviendo sus ojos al collar, como si leyese a través de él—: Y lo que más logro recordar, era que la prenda seguía a su propio destino. Lo hallaste por casualidad, y yo por ser quien lo buscaba. —enmudeció por un breve instante, antes de consumar lo dicho y sembrar la mirada en ella una vez más—, Significa que ahora es tuyo. —con la siniestra, delicadamente hizo que sus dedos femeniles se cerraran sobre la mítica prenda, indicándole que ahora era de su propiedad.
Algún día lo sabremos, de eso estoy seguro. —asintió, para poco después culminar sus palabras, dándose a entender mejor con una aguzada elocuencia, [...]
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arruinada por su padre, cuyo señorío y dignidad se vieron comprometidos. La cara se le crispaba al rememorar, pero era recio como el acero, pues ya había tomado la determinación de su camino a seguir.

Fue sacado de su breve cavilación, cuando el collar fue extendido hasta él. Contempló la prenda en silencio, embelesado y con la plata reflejando en el azul de sus ojos profundos, sentía la misma calidez que sentía cuando niño, incluso parecía que sus oídos aún podían escuchar la música que tejían los labios de su madre.
La ironía es muy curiosa ahora que lo pienso detenidamente. Temía que hubiese caído en manos equivocadas. —correspondió, inclinándose a su vez en una ligera pero respetuosa reverencia—, El placer es mío, mi Señora. —en lugar de tomar el guardapelo, le tomó la mano y le besó el dorso. Erguido ahora, le miró a los ojos, maravillado como la primera vez que les vio. Y así, le concedió una íntima anécdota. [...]
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Calló de pronto, y no apartó los ojos de la noble mujer del Norte, el dolor que le atormentaba por sus palabras, era casi palpable para él por lo que no le costó adivinar su tristeza. Dio un lento parpadeo y un hondo suspiro, mitigando las preocupaciones y desviando un poco la mirada en respeto. Sus pasos aun le seguían, pues el sendero le era desconocido.

Su silencio fue vasto, pero expectante, y había comprendido que los rumores de las tierras lejanas habían llegado ya hasta el Norte; esperanzadores para los corazones de los fieles a la antigua corona y al alto linaje; ominosos para la iglesia, quienes tratarían de poner fin al heredero de Éogan, si aún quedaba alguno en la faz de la tierra que fuese legítimo. Muchos lo veían ya como un Héroe de la Era, un hombre que se elevó de joven soldado; a un gran capitán, noble y poderoso.

Eran tiempos funestos, más sombríos que nunca, donde dudas y temores le embargaban el pecho, pues era el genuino retoño de una casa [...]
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Le extendió el collar y esperó a que lo tomará. — Ten, te lo devuelvo. — esbozo una pequeña sonrisa.

Luego recordó que aunque Baltazar la había llamado en numerosas ocasiones "Lady Velaryon" no había mencionado su nombre. — Ah, por cierto... hay dos "Lady Velaryon" aquí en el Norte, fue una suerte para ellos no encontrarse con Arabella, yo soy Ciara, es un placer... milord. — se presentó e hizo una leve referencia con su cabeza.
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La mención de la muerte de sus padres le hizo recordar la forma en la que habían sido asesinados por orden de la iglesia, en un acto cobarde de su parte y la de sus aliados. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero se aseguró de parpadear para desvanecerlas. — En ocasiones me preguntó... ¿en que consistía aquella alianza para que la iglesia decidiera dar de súbito ese golpe?, nunca lo sabremos... creo. — su voz se tiño de resignación, su mirada de algo más triste.

Sacó del bolsillo de su capa el guardapelo que contenía el collar, era muy hermoso y le había gustado mucho, pero no era de ella. — El destino es extraño, realmente iba a darte esto como símbolo de buena fé. Desde hace meses los rumores de que estabas vivo han tomado más fuerza y se dice que estás recorriendo todo el reino en busca de apoyo, cuando el vendedor me dijo que esto había pertenecido a tu madre pensé que quizá podría regresartelo si también venias aquí. — {...}
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cuando supo que la iglesia estaba tras los Velaryon. Entre algunos secretos que aprendió, conocía muchos de los pensamientos de la cristiandad, y sin duda eran más crueles que los más crueles entre los hombres. Un sentimiento funesto le embargó el corazón de león. No olvidaría nunca ese día y sabía de aquellos que habían orquestado el deleznable regicidio—, Cuando nuestros padres fueron asesinados.
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Enmudeció por pocos segundos; ya no tenía caso seguirse ocultando cuando su identidad había sido ya revelada. Y justo cuando escuchó sobre lo a salvo que se escuchaba, además de las intenciones de la iglesia sobre la familia Velaryon, relajó un poco, entrando en el confort de la conversación.

En oeste y en oriente tenía aliados fuertes, pero en el norte se sentía como un completo desconocido.
A ese hombre no, sólo a Conall. —replicó con un dejo sombrío y frunció lo labios, asqueado de tan siquiera tener recordarle—, Vine hasta el Norte cuando escuché fuerte rumores sobre el colgante de Dúlinn… —guardó un breve silencio—; Perteneció a mi madre y a su padre antes que ella. —reveló. No tuvo necesidad de corroborar su identidad con una presentación, sus propias palabras ya lo decían todo.
Estuve allí. En la misma habitación… —le agregó, mostrándose nostálgico aunque firme, [...]

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