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— Veía a aquel ser como un enorme insecto, un monstruoso y malvado depredador que había devorado millones de vidas humanas. Sin embargo, lo amaba, amaba su piel fina y blanca, sus grandes ojos pardosos oscuros. Lo amaba no porque se pareciera a un joven afable y pensativo, sino porque era horroroso, atroz, aborrecible y bello al mismo tiempo. Lo amaba del mismo modo en que la gente ama lo perverso, por el escalofrió que causa en la medula de sus almas. —
 

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