El eco de los bajos de la fiesta hacía sus adentros retumbar más que sus propios latidos, que parecían perdidos en el mar de emociones abrumadoras que súbitamente la habían invadido. Había elegido el punto más recóndito de aquella terraza, en la que habían parejas e individuos aturdidos desperdigados por aquí, y por allá. El cielo ya clareaba; anunciaba que la mañana terminaría con aquella fiesta muy pronto.
Tenía el rostro recargado de manera pesada sobre una de sus manos, y la mirada fija en un punto en el suelo. La sien le palpitaba, y las lágrimas despuntaban en su nariz, para después caer justo en el punto en el que su mirada se perdía.
Una voz conocida le hizo subir con pesadez el rostro, pero tan sólo para mirarle de reojo; no quería ser descubierta en aquel momento de desolado declive. Esnifó tan ligeramente como pudo, y trató de disimular la forma en la que se secaba las lágrimas.
