Un torrente de emociones la embargaba, y le hacía retumbar la sien, la punta de sus dedos, y los labios, pues no pudo evitar pensar en cómo habían sucedido las cosas, en cómo había pasado del éxtasis y la liberación, a la pesadez y opacidad. El corazón le latía tan rápido, que comenzaba a dolerle el pecho, y sus manos comenzaron a buscar con cierto desespero la cajetilla de cigarros.
—No quiero que me veas a los ojos.— espetó, con una voz tan suave como metálica, y de cierta forma, su cuerpo se relajó al sentir que el escrutinio visual había cesado; pero no así el escrutinio emocional. Tuvo que suspirar tan profundo como su cavidad torácica le permitía en ese estado, y simplemente dejó caer el moribundo cigarro que detenía entre sus dedos.
—Así que tus indagaciones son meramente por motivos de practicidad, ¿hm?—soltó con acidez entre un resoplido amargo, negando con la cabeza.—Qué altruista de tu parte, querer evitarme una escena más incómoda que esta.—y ahí estaba de nuevo, es temple, ese orgullo, y esa actitud defensiva que pretendía mantenerla digna.
— No puedo verte a los ojos, esa es mi única certeza. —
Aclaró rasposo de la voz y fue dócil en el tono de su próxima pregunta, y es que esta misma sería tan pretenciosa por querer señalar la raíz de sus problemas, que esa era su única manera de no parecer demasiado imprudente.
— ¿Qué es lo que pasó por tu mente cuando más creía que te divertías? —
Era de esperarse que al estar acostumbrado a su entereza y a su carácter, empatizara más con ella cada que le veía a la cara y se volvía testigo de su dolor. Por muy compuesta que tratara de mantenerse.
— Quiero saberlo. En algún momento vas a tener que deshilar esa incomodidad. Aquí, o en una situación aún más inoportuna. —
Finalmente le mostró el lado más pragmático que tenía para esa situación, no queriendo incidir en crearle una presión por responder, y casi siempre con la mirada adelante, entre el cielo y el suelo.[/code]
[code]Supo entender lo herido de su ego luego de haberle increpado con tanta convicción en sus asunciones. Por eso, conmovido y en silencio, prefirió darle el tiempo que necesitara para reprochar, y para cuestionarle al defender su propia imagen, que para él ya era irreconocible de su radiante y estoica versión.
— Si realmente es por ‘eso’. Entonces en cualquier momento ibas a detonar. —
Mencionó, siendo tan pasivo y preciso con su entonación que su mente parecía exenta de aquella sustancia activa que ambos compartieron.
— Lo hiciste hoy, en medio de tantas luces y música.. Y está bien que haya sido así. —
El índice y medio de su derecha subieron el filtro del cigarro hasta sus labios una vez más, y con un calada de necesidad, visiblemente le quitó longitud al vicio. Solo cuando exhaló y a la brevedad, siguió dirigiéndose a ella, literal y metafóricamente, sin filtros en la boca. [/code]
Miseria, ¿realmente era miserable? Ahí, bajo los últimos haces de la luz de la luna, la melancolía parecía más fuerte y palpable que nunca. Tragó saliva al sentir de nueva cuenta el nudo en su garganta. Entonces se llevó el último vestigio del consumido cigarro a los labios, su mano temblaba.
—¿Qué certeza tienes de que algo me lastima?— cuestionó con clara actitud defensiva, pero no por enojo, sino quizá por vergüenza, o temor de ser descubierta, de ser escrutada siendo tan vulnerable cuando pretendía fortaleza y templanza.
No estaba atenta a las acciones ajenas, pues más bien, estaba concentrada en que su aflicción pasara desapercibida. Escuchaba las palabras ajenas pero seguía mirando al suelo, intentando disimular sus esnifes con suspiros, y pasándose los dedos por las mejillas, como si tan sólo quisiera alisar su maquillaje. —¿Responsable de qué? ¿Del efecto que tienen las drogas? Siempre eres tan magnánimo. —pareció acusarle, pero no lo hacía en realidad, tan sólo quería desviar su atención, y se incorporó un poco, mirando al frente.
—La pasé bien, tan sólo es el bajón, es todo.—mintió, con todas sus letras. Y sabía que él detectaría la mentira, pues había salido de aquel lugar lleno de cuerpos danzantes y eufóricos sin explicación alguna, al sentirse abrumada y culpable por darse la oportunidad de salir de su miseria por esa noche.
— Me siento responsable por ser yo quien te invitó. —
Pero también por no ser capaz de descifrar como había pasado de la alegría en sus pasos a un lenguaje corporal tan frágil. Por supuesto eso no se lo iba a decir, pero era la razón de esa angustia al buscarle por el recinto.
— .. Porque creía que podríamos pasarlo bien. —
Continuó, y ya contiguo a ella, miró arriba, justo hacia donde la segunda bocanada de humo de tabaco se iba disipando.
— No tienes que decirme nada si no quieres. Pero me gustaría saber qué es lo que te lastima tanto. Quiero escucharlo de ti. —
[code]En cualquier otra circunstancia, en cualquier otro contexto y con tal de romper el hielo, podía recurrir a las picardías o hacerse el simpático con ella. Este no era el caso. No podía pretender hacer milagros con el estado anímico ajeno, menos cuando no tenía la certeza de qué le tenía así.
— Thank you. —
Mesurado le dijo una vez este tomó la cajetilla de tabaco. Y antes de devolvérsela, se sirvió con el ‘tic’ de siempre suyo; con ese gesto de pasarse el filtro del cigarrillo por los labios como si de labial se tratara.
— Imaginé que estarías aquí. —
De inicio le reveló que en efecto le buscaba, y después de sus palabras se escucharon tres intentos de encender el final del tabaco con la llama del mechero, así hasta lograrlo y dar la primera calada. [/c][/code]
El eco de los bajos de la fiesta hacía sus adentros retumbar más que sus propios latidos, que parecían perdidos en el mar de emociones abrumadoras que súbitamente la habían invadido. Había elegido el punto más recóndito de aquella terraza, en la que habían parejas e individuos aturdidos desperdigados por aquí, y por allá. El cielo ya clareaba; anunciaba que la mañana terminaría con aquella fiesta muy pronto.
Tenía el rostro recargado de manera pesada sobre una de sus manos, y la mirada fija en un punto en el suelo. La sien le palpitaba, y las lágrimas despuntaban en su nariz, para después caer justo en el punto en el que su mirada se perdía.
Una voz conocida le hizo subir con pesadez el rostro, pero tan sólo para mirarle de reojo; no quería ser descubierta en aquel momento de desolado declive. Esnifó tan ligeramente como pudo, y trató de disimular la forma en la que se secaba las lágrimas.
