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C1577429 · 26-30, F
Esas palabras le punzaron, era como si se hubiesen convertido en un agudo silbido que perduró en sus oídos, mientras le veía abrir puertas, y finalmente subirse al auto. En todo ese ritual, la peliazul no se movió, ni movió la lámpara que sostenía. El viento sopló, fresco y húmedo, agitando su cabello, pero no fue sino hasta que el auto fue encendido que parpadeó por primera vez, cortando el contacto visual tan penetrante del desconocido.
Inspiró, y entonces avanzó hacia la puerta. Lo hizo a paso lento, la grava bajo sus pies dejó de ser audible al perderse entre el ronroneo del motor. Apagó la lámpara, y quedó lo suficientemente cerca de la puerta como para ser escuchada, pero con un buen ángulo para verle completo.
—¿Que no hable de qué?
Preguntó, aún con ligereza, y la falta de eco en el ambiente parecía hacer que su voz se disipase más rápido. Sus ojos no tardaron en bajar al carmesí que invadía la camisa, y parpadeó un par de veces.
Inspiró, y entonces avanzó hacia la puerta. Lo hizo a paso lento, la grava bajo sus pies dejó de ser audible al perderse entre el ronroneo del motor. Apagó la lámpara, y quedó lo suficientemente cerca de la puerta como para ser escuchada, pero con un buen ángulo para verle completo.
—¿Que no hable de qué?
Preguntó, aún con ligereza, y la falta de eco en el ambiente parecía hacer que su voz se disipase más rápido. Sus ojos no tardaron en bajar al carmesí que invadía la camisa, y parpadeó un par de veces.
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