—Ciel. Mi nombre es Ciel. Dime... ¿estás bien? No me respondiste hace un momento, ¿estás herido?
Respondió sin dudarlo. No es que fuera tonta, en realidad entendía su contexto actual: estaba en un lugar abandonado, hablando con un extraño ensangrentado, a punto de subir al único auto sospechoso a la redonda. ¿Es que acaso no era capaz de entender el peligro? Lo era, era consciente de que aquella no era un escenario seguro, y sin embargo había una calma en ella que era disonante, que la hacía de ver incauta, ingenua. ¿Qué hacer? Ella era así.
Dio un paso más al frente, y dobló las rodillas e inclinó la cabeza para seguirle viendo a la cara.
—¿Cómo te llamas? Si necesitas ayuda puedo ir contigo.
No quería sonar como una bondadosa salvadora, mucho menos condescendiente. Realmente quería entender en qué se había metido aquella noche mientras exploraba el bajo mundo.
Esas palabras le punzaron, era como si se hubiesen convertido en un agudo silbido que perduró en sus oídos, mientras le veía abrir puertas, y finalmente subirse al auto. En todo ese ritual, la peliazul no se movió, ni movió la lámpara que sostenía. El viento sopló, fresco y húmedo, agitando su cabello, pero no fue sino hasta que el auto fue encendido que parpadeó por primera vez, cortando el contacto visual tan penetrante del desconocido.
Inspiró, y entonces avanzó hacia la puerta. Lo hizo a paso lento, la grava bajo sus pies dejó de ser audible al perderse entre el ronroneo del motor. Apagó la lámpara, y quedó lo suficientemente cerca de la puerta como para ser escuchada, pero con un buen ángulo para verle completo.
—¿Que no hable de qué?
Preguntó, aún con ligereza, y la falta de eco en el ambiente parecía hacer que su voz se disipase más rápido. Sus ojos no tardaron en bajar al carmesí que invadía la camisa, y parpadeó un par de veces.
Abrió la puerta izquierda del coche para que subiese ella y fue por el lado contrario para entrar a su parte correspondiente; el no hacerlo al momento suponía que no confiaba en que no fuese a huir. Los gestos recelosos a la par de unos ojos fijos en los ajenos complementaba a esta sensación.
La señal de marchar sería cuando ella subiese. Antes hubo prendido las luces del coche pues, al abrir, a una velocidad ínfima prendió la batería del auto y encendió el lugar. No parecía importarle mucho frente al hecho de que en un horario de bohemios melancólicos secuestrables no iba a haber presencia policial, sobre todo en un sitio abandonado cuyas preguntas al porqué no era acechado por investigación legal iba a explicaciones largas.
No era el momento de explicar más que suponer malpensando.
—Dime tu nombre.
Respecto a la posición ajena, se vislumbraría a su diagonal donde ambos podrían verse uno al otro. Revelaba la luz sangre goteando del traje, un neg
Preguntó con genuina curiosidad, con la vista fija en esa figura que le daba la espalda, y a pesar de que era el único auto a la vista, su voz no denostaba miedo, duda o inseguridad alguna.
Le observó, tratando de encontrar detalles en él, pero la falta de luz lo complicaba demasiado. El aspecto enjuto del sujeto y su indiferencia le hacían difícil un análisis más profundo de la situación en general.
Se quedó parada unos momentos, sorprendida de lo autoritaria que sonaba la orden, aunque no la voz, y sus ojos fueron a la espalda de él, nunca a la mano que se había ocultado entre la chaqueta. Pronto sus pasos sonaron detrás de los de él, pero mantuvo su distancia.
¿Por qué lo seguía? No le conocía, y ahora que él se iba podría explorar a gusto aquel lugar. Sin embargo, hubo algo en la forma en la que dijo aquello que la hizo sentir que debía ir. Quizá en verdad estaba herido.
Le sorprendió ver la van en cuestión cuando llegaron a un punto más iluminado, y cuando le volvió a mirar a él, notó por primera vez el rubio de ese cabello alborotado.
A mayor detalle, su estatura de 1,70 y poco además de una voz sexualmente ambigua no favorecían a aquella capacidad de intimidación. La mirada provocaba todo el peso de verse así de áspero y cruel.
Un silencio incómodo hizo preludio a girarse y marcharse, suponiendo que fuese a seguirlo. En todo momento que ella se acercó hacia él, su reacción por lo bajini consistió en aferrar su mano por debajo de la chaqueta, aproximándose a su cintura a algo que parecía tener forma. ¿Un arma?
No respondería a ninguna pregunta y se limitaría a caminar pese no tener tanta luz. ¿Cómo había llegado a un sitio sin iluminación alguna y no tener problema? Había demasiadas preguntas en el aire.
Su intención, en un principio, se trataba de ir camino recto y a pocos metros de la salida acercarse a un Mercedes-Benz clase V -único automóvil en toda la zona restringida- el cual podría tener unos cinco-seis años.
Quizá era porque, después de todo lo que había vivido en los últimos años, encontraba que los ojos, más que ser una ventana del alma, eran la verdadera voz del ser. Mantuvo la linterna apuntando al suelo, pasó saliva, y sus labios volvieron a abrirse.
—¿A dónde iremos?
Cuestionó, pero esta vez su voz no alcanzó a tener un eco, pues lo hizo en un susurro. ¿Qué creía que veía en esos ojos? No estaba segura, no aún.
[i]Se acercó a él, y la grava bajo sus pies crujió al son de sus pasos que eran cautelosos en la oscuridad. Sabía que los lugares abandonados rara vez lo estaban, también sabía que solían ser peligrosos, porque eran lugares que los menesterosos, los marginados, los junkies, y los criminales solían ocuparlos. Y sin embargo, el peligro no parecía preocuparle.
Su mano meció de manera irregular la luz de la linterna mientras se iba acercando al sujeto, y fue gracias a esa luz indirecta que pudo apreciar mejor los detalles de su interlocutor. Se paró a unos pasos de él, aún con la linterna abajo, pero atenta a las características de quien tenía enfrente. Sus ojos azules le escrutaron entonces.
—Tienes sangre. ¿Estás herido?
Dijo sin un ápice de miedo, y su pregunta trajo un nuevo eco tintineante al lugar. Fue entonces que se encontró con esos ojos que parecían ser parte de las sombras, y apretó los labios. ¿Por qué era que siempre los ojos de otros la enmudecían?[/i