—Claro que no.—Negó con su cabeza y sus labios esbozaron una sonrisa de satisfacción, llamó la atención—. ¿Al caso no conoces la mitología nórdica?—Preguntó antes de meter sus manos a los bolsillos de la chaqueta y encogerse entre sus hombros.
Esas cosas pueden esperar. — La fémina cruzó sus brazos al mostrar una sonrisa curiosa por aquella pose. — ¿Qué fruto? — Pregunto dando un paso hacia él, con su mirada centrada en aquella mano vacía. —
—Aún hay cosas por hacer.—Negó con la cabeza una sola vez, bajó la mano ajena para que dejara de señalar al sofá y asintió una sola vez mientras posaba como si sostuviera algo en la mano—. Si, un fruto que te da la juventud eterna.
¿Rojo? — Pestañeo un par de veces al ser espectadora de aquella luz. — Si estas cansado deberías ir a dormir. — Señaló un sofá con tapizado café, no era tan grande, pero si que era cómodo. —
¿Qué clase de fruta? — Entre cerro sus párpados, curiosa por conocer esa información. —
—¿Qué tienen mis orejas? Esas cosas solo me sirven para escuchar.—Señala a ojeras debajo de sus ojos y esta comienzan a tomar un brillo rojo—. Estas son por cansancio... Comer cierta fruta.
No creo que un simple humano llegara a ser un rey. — Fue su turno de avanzar en dirección al hombre, elevando su zurda lo suficiente para que sus dedos alcanzarán esas orejas tan peculiares. Apenas fue un toque. Pero suficiente para dejarla satisfecha en alejarse unos tres pasos. — ¿Qué se debe hacer para volverse inmortal?
Alzó las cejas, aquel susurro se escuchó tan claro para alguien cuyo oído era demasiado agudo, suspiró y sus ojeras dejaron de brillar—. Un Dios, un rey, un simple humano que fue ascendido.
Depende. — La idea resultaba atractiva, pero bien sabía que el precio a pagar resultaba demasiado alto. La fémina mantenía fija su mirada en la del varón, dando un paso atrás, cautelosa por aquel brillo presente en sus orejas. — ¿Quién eres? — Aquella pregunta apenas fue un susurro, aunque lo suficiente entendible para ser escuchado. —
Oh, comprendo. — Su mirada se desvío al cielo siempre mostrando aquel brillo que tanto le caracterizaba, solo fue cuestión de tiempo para que su mirar volviera al hombre — Soy un simple mortal, nada extraordinario.
