[Rol Canónico de Entrenamiento] [Dimensión 107 – Tierra 4 (Tierra)] [Loc: Bjørnøya - Villa Pesquera - 17:00 H]
Ese olor particular a tierra, mar y pescado era inconfundible; un hedor exótico que con un golpe intenso le daba siempre la bienvenida a los aventureros y a los errantes que buscan un nuevo comienzo lejos del pasado angustioso y el aliento de la parca que sinuosa les respiraba en la nuca y lamía con su lengua gélida el sudor de sus sienes. Era un lugar ruidoso y vivo; sí, vivo, con niños corriendo de allí para allá, hombres fornidos descargan los trastos y demás materia prima de los compactos navíos que atracaban en los amaderados muelles mientras las mujeres raudas, descaman grandes pescados, trozan carne de morsa, afilan las hachas y forjan.
Había cierto afán en el ambiente y mientras el recién llegado misterioso se internaba entre la multitud (que en su mayoría eran más altos que él) pudo escuchar en su idioma nativo algo relacionado al festival de invierno que se llevará a cabo aquella noche y que coincidía después de muchos siglos con el eclipse de luna, estaban emocionados sin duda y tenían que terminar sus labores para poder disfrutar de los bacanales y la bebida ofrecida a sus dioses.
Las casas eran de madera y los suelos adoquinados, ciertamente era un lugar detenido en el tiempo, que hace gala de una hermosura humilde clásica donde todos los caminos conducían (como debe ser) a la taberna situada en la plaza de la fuente donde se alza la estatua de (cómo ellos le llaman) "Den Kjempestore Bjørnen", una escultura gigante de cinco metros de un amenazante oso polar parado sobre sus dos patas traseras, gesto airado y ataviado con armadura en hombros, pecho y brazos que mira directo al muelle y desde donde se ve fácilmente imponente, como un guardián aterrador dispuesto a despedazar cualquier amenaza venidera de las tierras del sur.
Hacía frío, mucho frío, de esos que se cuelan hasta la médula y hacía que el simple acto de moverse una labor titánica, en especial, para aquellos que llegan de otras tierras. No obstante, los oriundos se paseaban con delgadas telas, como si la costumbre de los siglos hubiese curtido sus pieles blancas y congelado su vitae, agradeciendo siempre poder contar con los rayos del sol que en aquel día estaba rozagante pese a que ya se estaba ocultando para dar paso a “La Noche Eterna”. Es por esto (lo inclemente de la temperatura nórdica) que a los visitantes cuando desembarcan, los recibían con licor caliente y les decían con señas amables que se dirigieran a la taberna para que se calentarán, descansasen y porque no, consigan información relevante.
