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—¡Pero nada de comerse todos los dulces de limón —sin perder ese tono carente de seriedad, le advirtió a la imponente invitada con una rudeza que, proviniendo de alguien tan endeble, puede generar lástima. Acompañó sus palabras al tomar con cierta torpeza algunos pocos, egoísmo infantil impera en él, y con esa misma esencia mordió receloso uno de estos dulces, la falsa hostilidad se borró cuando el sabor invadió el paladar; un sonrojo invadió su pálido rostro— ¡Qué delicia! —con la boca llena exclamó.
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