Su amiga Guila había expresado su preocupación muchas veces sobre la extraña relación que tenía con Ban. No la culpaba, la pelinegra también pasó por una inusual situación con otro de los pecados, con un pésimo resultado.
Los pecados eran seres fuertes, enigmáticos y llenos de problemas. Tenían en sus manos gran parte del control del reino gracias a su poder, el único comparable con las últimas amenazas que habían surgido. Ni Guila ni ella pudieron hacer demasiado la última vez. Estar cerca de Ban la contagiaba de esa suficiencia que el zorro mostraba todo el tiempo, se sentía fuerte y muy en el fondo de su corazón afortunada por que él le permitiera estar a su lado.
Estaba sentada a un metro de él, abrazando sus rodillas y esperando la comida. Había un denso silencio entre ambos gracias a que él estaba perdido en sus pensamientos, seguramente sobre la pequeña hada. Moría por saber qué había tan especial en ella, pues una vez había cometido el error de compararse físicamente con la rubia, descubriendo que eso no era realmente lo que le importaba al zorro.
Fue moviéndose de costado poco a poco, como si su movimiento pudiese espantarlo. Llegando a lado de él, lo miró desde arriba con curiosidad. - ... Oye, Ban. - Llamó con cautela, esperando fuese suficiente para sacarlo de la maraña de pensamientos que lo tenía preso. - ¿Qué es lo que te gusta en ... las mujeres? -