Es cierto que esa voz suave le ha sacado de su ensimismamiento; habría dado un respingo pero sus nervios fogueados en el campo de batalla limitaron la reacción a un vuelco en el estómago. Malkoçoğlu se irguió cuán alto es y con las dos manos por el frente inclinó el rostro, con sumo respeto y estima por la joven hija del Sultán Suleiman.


— Sultana. No debería salir del palacio a estas horas. No es apropiado. —

Más no le reñía; en realidad había un dejo de simpatía en su voz. Con una sonrisa afable oculta bajo su bigote, dirigió la cara al frente.

— Luciérnagas. Ha llegado esa época del año. ¿Las ve, Sultana? En el matorral de los tulipanes. —

— ¿Qué observas, Bali Bey? —sigilosa le irrumpe, es tan delicado su andar que apenas e hizo ruido al llegar. Le había observado por momentos, sonriente al hallarlo tan concentrado.