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[ Lunes - 17 : 32 ]
 
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ver los tatuajes de algunos, o las miradas pendencieras de más de uno de los presentes, aún así, Banta tenía una sonrisa infantil que le daba pintas de grandulón bonachón que de otra cosa—. Puedes ir al vestuario a dejar tus cosas, hay casilleros abiertos con guantes libres, si quieres utilizarlos.
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—Souka! Eso es perfecto. Nos falta sangre nueva...—relató con una energía que parecía impropia de los japoneses herméticos, más muy común en sus raíces okinawenses. Se sentía muy a gusto con entrenar gente joven, aunque realmente no hacía distinción alguna entre personas, más inevitablemente la juventud despertaba en él una vieja añoranza a los buenos años— ¿Cómo te llamas, entonces?

—El que fuese extranjero le daba igual, dado que en su pasado había debutado en Estados Unidos, y sin dudas sus más grandes modelos de combate eran ajenos al imperio nipón, aún así, quería asegurarse de que no fuese otro pandillero como los que entrenaba. Algunos de ellos, claramente yankis juveniles, contemplaban al nuevo con malos ojos y en silencio, pues no les agradaban para nada los gaijin—.

Espero que no busques problemas fuera, ¿si? El gimnasio tiene una política estricta contra las pandillas y las peleas callejeras. —Dijo Banta, aunque la verdad es que su discurso parecía incongruente con..
—Soy nuevo, recién veo este... campamento— El bullicio, la suciedad y la deteriorada edificación fue la causa de haber enunciado con intermitencia.
—Pero sí, soy un nuevo aspirante— En realidad no le agradaba tanto el boxeo, era alguien bastante desidioso. El único motivo de buscar instruirse en el arte era defenderse de algún calamitoso evento, rumbo a casa solía encontrarse a muchos malandros. ¿Qué mejor que hacerles frente con un arma imbatible en sus manos?
Sin duda alguna, la atonía retoñó cuando instintivamente sintió ser el centro de atención. Todos lo estaban viendo, le causaba cierta inquietud, nerviosismo y "arrepentimiento", emitían la sensación de ser matones, incluso superando exponencialmente a los que habitan en su localidad.
Como fortuna divina, ello se desvaneció cuando atisbó al corpulento azabache mermar distancia. Su saludo le resultó normal, después de todo era oriundo de otra nación, un nipones cualquiera habría considerado una falta de respeto salirse de sus tradiciones. Solo extendió la mano diestra, estrechando la del mayor al mismo tiempo de inclinar hacia el frontal su torso, cumpliendo igualmente con la adecuada etiqueta de saludo.
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Si es así . . . Bienvenido. Somos el mejor gimnasio de boxeo, kick boxing y . . . Artes marciales mixtas.

—Dijo con cierto resquemor, pues lo cierto es que era boxeador, pero por falta de dinero se extendía a esos rubros. Lo miraba fijamente, algo le decía que lo había visto alguna vez, aunque cierto es que la ciudad y el vecindario estaban repletos de jóvenes, especialmente malandros o pandilleros.—
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—Todos, absolutamente todos, se voltearon a ver al nuevo -jamás venía gente al lugar- incluso aquellos que hacían flexiones en el suelo. La mayoría solo esperaba a cobradores o del servicio social, por lo que ver a un chico les hizo suspirar. Banta se pusó de pie como un felino, pese estar arriba de la tercera decada de su vida, todavía se desenvolvía muy bien y su físico era propio de un boxeador. Anchos hombros y piernas estilizadas, sin embargo, su contextura física por la propia edad de seguro le elevaban a categoría de peso pesado. Animado, se limpió el sudor y fue al encuentro, ya que no tenía ni secretario ni secretaria.—

¡Bienvenido! ¿En que puedo ayudarte? —Banta caminó hacía él, y quizás, rompiendo todo protocolo nipón de saludo. Extendió su mano para estrecharla— ¿Eres un nuevo aspirante? Jamás te había visto en el vecindario... déjame adivinar ¿nos encontraste en Instagram?
al contemplar a algunos bien dotados. Se imaginó que adiestrándose llegaría a ser igual, incluso tal vez a más, cosa que buscaba.
—Por fin, era hora —entonó con desidia el mancebo, levantándose de su acolchonado y amasado asiento. Su clase había llegado a su fin, ahora como es rutinario, se marchaba a casa. Siempre ha sido alguien decidido, sin temor y de acciones antes que decir.
Durante su recorrido a casa llega a ver un curioso cártel, allí escrito y con negrura decía "Gimnasio de Banta", lo que llamó su atención. Su región tiende a ser muy visitada de matones, ellos moran ahí, después de todo es un lugar algo inmune a las fuerzas especiales; no hay amparo y seguridad.

Sus manos estaban internadas en los bolsillos de su pantalón. Solo ingresó al lugar, auditando la tediosa música que invade sus tímpanos. Según vio, habían varios entrenando, aunque no quiso interrumpir y crear una atmósfera de mucha confianza, así que solo quedó erguido, sin ir más allá de la entrada y en espera de ser atendido mientras dibuja una minúscula sonrisa de lado, ladina y en ella escrita sus más deseados anhelos, misma que surgió
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humedad. Aún así, su sonrisa se cargó de entusiasmo al instante—

Oe, veo sus brazos temblar. Sigan.
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— Pese a que ya hace dos minutos que habían dado las y medía, ya el gimnasio estaba en continuo movimiento. Un tumulto de siete personas se encontraba estimulado por el fuerte rock japonés que sonaba en los parlantes casi tan antiguos como el reproductor de compactos que yacía en la barra del lugar. Las personas, entre ellas jovencitos de quince a dieciséis años hasta dos jovencitas de la misma edad, terminando por dos sujetos claramente yakuzas se encontraban haciendo fuertes flexiones de brazos. En medio, yacía él. Banta se esforzaba demasiado, pero ya no tenía la edad de siempre, y se le iba el aliento. Al momento, quedó sentado en medio de los demás, sin dejarles terminar—

Sigan . . . Ah . . . —Casi de rodillas en el tatami, miraba la entrada del lugar, y el propio gimnasio. Caía sudor de su frente, mientras se restregaba la misma, pensaba en cuanta gente hacía falta para que el lugar pudiera ser mejor. Estaba destartalado, las maquinas viejas, las paredes carcomidas por la...

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