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Escuchó con atención cada palabra que su compañero tenía que decirle, incluso observó la esfera que formaba con genuino interés. Para cuando él mencionó que se le sería enjuiciado su semblante cambió completamente, haciendo alusión a la preocupación y a un terror nunca antes visto en él. No quería morir como Sora lo había hecho. Aún con ello el recuerdo de una rojiza cabellera ondeando en el viento le dio la fuerza necesaria para hablar. — No espero que lo entiendas Aziel pero me niego a acompañarte y soy capaz de luchar contra ti, mi compañero, con tal de quedarme en la tierra. No importa si me llaman desertor. – Su voz transmitía seguridad y si expresión se ensombreció de inmediato; su cuerpo entero se puso a la defensiva, esperando por la respuesta del arcángel.

El serafín alzó una ceja como si no creyera en la veracidad de las palabras que emanaban de la boca de su compañero. ¿Irse? Pero si tenía una misión que aún no cumplía, se planteó la idea de haber sido descubierto por Dios, aquella vez que había visto a Yuki; se llevó la diestra hasta el cabello, despeinando así su corta melena platinada como muestra de frustración. No podía permitir que se lo llevaran. — ¿Dios quiere verme? Pero si estoy haciendo un gran trabajo evangelizando y exterminado demonios... ¿No será que te equivocaste de ángel, Aziel? Pueden haberte dado información errónea.

— Aziel, ¡no esperaba verte en la tierra! — Respondió el serafín sin detenerse a explicar el motivo de su tardanza, incluso parecía que ignoraba el reclamo mientras esbozaba una media sonrisa. — Eres diestro en el arte de rastrear, creí que me escondía lo suficientemente bien.