Rey De Asernova
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E1572788 · F
Escuchó con atención las palabras del hombre al mando y se vio conmovida por la acción de arrodillarse ante ella sin importarle su posición de Rey; durante toda su existencia, Eir se había topado con bastos hombres de abolengo que se sentían con aún más poder que cualquier Dios y, por tal pecado, les había enseñado con el filo de su arma que nadie podía exigir ni desafiar a aquellos que eran divinos. Fue como un soplo de brisa fresca el inicio de aquel encuentro, empero, Eir no era una Diosa conocida por dejarse llevar demasiado por el corazón.
—Me temo —dijo la fémina en con firmeza en la voz— que se requiere mucho más que tesoros mundanos para conseguir mi ayuda, viajeros; aunque mentiría si dejera que no aprecio su muestra de suplica.
Los rosáceos labios de la valkyria se agrietaron merced al frío del clima, por lo que Eir tomó aquello como una señal para intercambiar la locación de su encuentro pues tampoco era su voluntad que ellos perecieran congelados. Con un movimiento de mano los invitó a dirigirse a la derecha del camino, donde encontrarían una de sus tantas chozas además de comida, bebida y suave follaje sobre el cual descansar; usualmente ella no recibía ninguna clase de invitados pero era menester que tuvieran una charla antes de ejercer su veredicto.
—Por favor —comenzó a dar un par de pasos con la esperanza de que la siguieran—, acompañenme a mi refugio. Charlaremos un poco, además de que podrán ser alimentados y, después, se irán de aquí con mi ayuda o sin ella; no brindaré mis dones a alguien que puede no merecerlos. Tal vez, soberano, tenga que abogar esta noche por su hija todavía más.
—Me temo —dijo la fémina en con firmeza en la voz— que se requiere mucho más que tesoros mundanos para conseguir mi ayuda, viajeros; aunque mentiría si dejera que no aprecio su muestra de suplica.
Los rosáceos labios de la valkyria se agrietaron merced al frío del clima, por lo que Eir tomó aquello como una señal para intercambiar la locación de su encuentro pues tampoco era su voluntad que ellos perecieran congelados. Con un movimiento de mano los invitó a dirigirse a la derecha del camino, donde encontrarían una de sus tantas chozas además de comida, bebida y suave follaje sobre el cual descansar; usualmente ella no recibía ninguna clase de invitados pero era menester que tuvieran una charla antes de ejercer su veredicto.
—Por favor —comenzó a dar un par de pasos con la esperanza de que la siguieran—, acompañenme a mi refugio. Charlaremos un poco, además de que podrán ser alimentados y, después, se irán de aquí con mi ayuda o sin ella; no brindaré mis dones a alguien que puede no merecerlos. Tal vez, soberano, tenga que abogar esta noche por su hija todavía más.