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Rey De Asernova
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E1572788 · F
Era reciente su llegada a Lyfjaberg y por ello fue recibida con gusto y cariño por el resto de las doncellas. Eir había tenido que acudir de último minuto a un exilio orquestado por Óðinn y Frigga, un evento que se veía venir desde lejos como una complicación y que, efectivamente, así fue; su ser entero destilaba cierto hartazgo, cansancio y una que otra herida en el cuerpo que iría curándose de a poco, merced a su condición de Diosa. Lo único que deseaba en ese momento era descansar y no despertar hasta el día próximo, empero, el destino tenía otros planes para ella.

Fue breve la sensación en su pecho, pero suficiente como para llamar su atención; algo o alguien estaba subiendo por el monte, mancillando su verde suelo y las plantas a su alrededor. ¿No había resultado imposible para cualquier mortal acudir hasta Lyfjaberg por cuenta propia en el pasado? Por supuesto, se suponía que Eir acudía en cada batalla o, incluso, se aparecía si era llamada con mucha devoción. ¿Quién podía ser entonces? No sé sentía como la presencia de otro Dios o un gigante; tenía que averiguarlo y pronto.

Levantó su figura de la silla de madera en la que descansaba, excusándose con propiedad ante el resto de las mujeres antes de iniciar – sin haberse podido quitar la armadura de Valkyria aún – la caminata que la llevaría poco a poco hasta el punto de encuentro. Su espada permanecía enfundada en su espalda, sin embargo, su yelmo se había quedado en la cima, dejando así que sus cabellos plateados bailaran al compás de los vientos gélidos. No le tomó mucho tiempo encontrar a los intrusos a través de la leve neblina que se había formado; al verlos, su expresión serena y altiva cambió por una mueca de extrañeza… Esas ropas, esos adornos, nada en ellos parecía propio de sus tierras. Ese día se estaba poniendo más y más extraño.

—Retrocedan sobre sus pasos o probarán el filo de mi hoja si su necedad es más fuerte que mi advertencia… —Su voz clara y potente se mezcló con el sonido del aire que, a su vez, rebotó por el monte con un eco potente. Parecía que era la misma tierra la que lanzaba tal advertencia. —empero, si requieren algún servicio de esta Valkyria, procedan a pedirlo desde el sitio donde están de pie. Será mi decisión asistirlos u obligarlos a marcharse.

Eir era la Diosa de la sanación y la piedad, dos virtudes que podían resultar dolorosas para ella y que ese día le pegaban más que nunca. Por un lado estaba la necesidad de auxiliar y por el otro la guerrera que era también imperaba; matar, desterrar, negar… Todo aquello que tenía que hacer bajo órdenes de Óðinn o Freyja la lastimaba en demasía, pero era su deber. Rogaba internamente que no la hicieran derramar más sangre y dolor del que ya había derramado ese día.

—Hablen, viajeros, el tiempo apremia.