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Noble y leal
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Oración de la llama de la vigilia.

En una noche tenebrosa yo soy la llama de la ilustre verdad, el defensor de la moral divina del código de la vigilia, incansable custodio del orden y la conducta, ferviente practicante de la ley moral y sagrada al servicio de la justicia de Dios. Ni el noble, ni el humilde ni el justo temen del juicio divino, sea esta austeridad y condena impuesta al enemigo de la luz y lacayo de la anarquía. Ante la ley divina soy igual a quien protejo y acepto la pena por manchar el honor de mi manto, solo así seguiré digno de ejercer la vigilia. Somos el bastión contra el terror, defensores de la civilidad y la paz. Somos caballeros vigilantes. Sin dudas, sin miedos.
Custodia, rectitud, servicio, lealtad y gratitud. Amén.

Primera parte: Aurelio. El huérfano afortunado.

Érase la historia de un niño de cuna pobre en un mundo incierto regido por la ley de Dios. Su madre joven Fiora, rubia y delgada de frutas y hierbas agricultora. Su padre Tino grande, blanco y fuerte como el pino se dedica a la leña para las hogueras. Lo llamaron Aurelio como un gran conquistador, pero con un toque de bondad y alejado del falso culto al sol, es la ley y voluntad de Dios la que ha de seguir. Una hermana mayor tiene en pleno esplendor, astuta y de manos hábiles para sanar y cuidar, la familia es afortunada de contar con ella en la salud y la enfermedad. Lina cuida de sus padres y su hermano, también de los animales y de la misma casa cuando cada uno parte a su labor.

Cada amanecer con pereza despierta y a rastras lo lleva su madre a vestir, a comer para ir al campo a labrar la tierra y cantar una canción que llevaría consigo siempre, al igual que todas las generaciones anteriores. Proclama el amor por la madre tierra que provee de alimento, refugio y gozo a sus hijos siempre que se le ayude a seguir sana y a darle honra siendo bondadosos y humildes. Cultivar con esmero, regar con esperanza y cosechar con alegría. Ofrendar al Emperador que con esmero nos dirige a la prosperidad con su alta visión y nos protege del enemigo con su blasón Necesita mucho de nosotros y nosotros de él.

Tino es más firme y decidido. Muy temprano se levanta a comer, afilar sus hachas y calzar sus botas, al bosque lejano parte con el alba a buscar pinos secos que están por ver su final luego de haber dado brisa fresca por años. Derribar lo viejo y dar lugar a lo nuevo es la tarea del leñador que da calor a las hogueras del pueblo. Los cedros grandes se cortan aun frescos, uno solo se convierte en un centenar de arcos, flechas y varas para las lanzas del Emperador, veneradas para servir a la ley de Dios. Aun cuando la rudeza y tenacidad del padre contrasta con el solícito amor de la madre, ambos saben su propósito ancestral y cumplen la voluntad de Dios. Sin embargo, Aurelio gusta más ir con su madre a sembrar que ir con su padre a talar.

Su familia aceptó la voluntad imperial ligada a la ley de Dios y ofrecieron sus mejores productos al Emperador a cambio de poder habitar en sus tierras. Muchos más como ellos sostuvieron al gran imperio Cristiano sin saber lo que ocultaron de la plebe. Un día, Aurelio y su familia tuvieron una muestra de ese secreto.

Una mañana, Tino se prepara para salir con un clima frío. El horizonte no muestra el alba clara sino un nebuloso paisaje que trae consigo tres siluetas a caballo, ataviados con armaduras y estandartes imperiales. A paso vencedor acudieron al robusto leñador y con autoritarismo le exigieron entregar a su hija mayor para acudir a sanar al hijo del Emperador. Un extraño reflejo en la mirada del Caballero alertó al asombrado padre, temeroso del futuro que intuye su sabiduría interna. No eran buenas las intenciones de aquel trío y mientras dialogaba con el líder los secuaces se adelantaron hasta la cabaña con rapidez. Aurelio miraba desde la ventana y corrió hacia fuera a ver a su padre sin saber la suerte que le esperaba: Un golpe certero de uno de los dos jinetes lo dejó sin sentido e incapaz de defenderse. Tino entró en cólera al ver esa injusticia a ellos, a quienes sirvieron al Emperador sin cuestionarle, no tuvo más dudas y sin pensarlo dos veces con un solo lanzamiento clavó su hachuela en la cabeza de aquel heraldo de la muerte. No hubo vuelta atrás. Ahora son Fiora y Lina quienes se ven amenazadas por los jinetes con el acero en sus cuellos, dejan inmóvil al padre de la familia y lo convencen de tirar sus hachas. Grandísimo error el tener fe en los hombres injustos que de igual manera mataron a Fiora y arrastraron a Lina y a Aurelio en su poder como pago a la muerte de su líder. ASESINO! gritaron los jinetes dejando a expensas de los legionarios del Emperador a Tino, quien más tarde fuera declarado culpable y ejecutado como infiel. Ese acto fue presenciado forzosamente por Aurelio, guiado ahora por uno de los Caballeros del Emperador. Lina estaba en las mazmorras como única portadora de la verdad de aquel suceso. Después de ello, no se volvió a saber de ella. Aurelio ahora tiene 10 años y por obligación más que por voluntad se ve frente a su nuevo destino.

"Aurelio. Entiende que tu padre violó la ley de Dios y pagó por ello. Es lo que pasará si tú también lo haces. Yo te enseñaré a no descarriarte y te salvaré de tan cruel final. Esta será tu nueva oportunidad." -Sir Della Roca. Con un Aurelio lloroso y desconsolado en sus brazos.

Segunda parte: El propósito para con Dios.

Bajo el poder de las fuerzas del Emperador Aurelio se muestra resignado en los primeros momentos. Los asesinos de su familia están allí siendo premiados y él es ahora una de las tantas posesiones del imperio. Solamente uno de ellos se mostraba como el más noble sin un ápice de ego. Sir Quenturio Della Roca, un noble Caballero proclamado por el Emperador, sabio de numerosas batallas y un padre cuya familia también fuera diezmada, no por el imperio sino por los bárbaros del norte. En Aurelio ve al niño que necesita de la tutoría e ilustración de un padre, y Quenturio decide serlo para él como lo fue para sus fallecidos Filios.

_Aurelio. Debes comer nuevamente. Llevas casi una semana así.
El niño está ausente, sucio y descuidado. Demasiados sucesos traumáticos no son todavía asimilados por su mente blanda. La realidad es demasiado horrible para seguir en ella.
_Levántate. Acepta esta oportunidad, hijo.
_Tú no eres Papá!- En un lapso de ira Aurelio grita al Caballero. De no ser por los barrotes de la celda el niño le habría saltado encima. Sin embargo, Quenturio no se movió un ápice ni se muestra sorprendido.
_No soy tu padre, Aurelio. Solo hay un padre y ese es Dios. Sigues siendo su hijo y él quiere protegerte. Ya te has levantado y tratas de luchar, pero debes comer si quieres vencer y vivir.- Aurelio sostiene una taza de menestras tibias y un trozo de pan de trigo fino sacado de su propia cena como gesto al muchacho.
_Los vi venir. Me quedé dormido corriendo! Desperté en esta jaula! No me dejaron ver a papá! Lo mataron! Él siempre fue de Dios! Dios lo mandó a matar! Su ley cumplió y lo mataron! Tú me obligaste a ver!
_Tu padre mató a un hombre y sin querer también a su esposa. -Quenturio no conoce la verdad- Se le juzgó por matar a un hombre sin que lo atacara y él aceptó su pena. Fue honorable hasta el final.
Aurelio se vuelve a traumar y se arrincona en una esquina de la celda. Quenturio abre la reja para acompañar al muchacho y tratar de darle comida.
_Yo vi crecer y morir a mi padre en batalla, Aurelio. También mis hijos murieron en combate durante un ataque de bárbaros donde me arrebataron a mi esposa. Y es por ellos que seguiré vivo y luchando hasta el fin, y seguiré ayudando a todo aquel que tenga una pérdida en esta vida. Es mi propósito para servir a Dios. Salvarte a ti es mi misión ahora mismo.
Aurelio se asombra en silencio de la breve historia del Caballero. No puede creer que aun después de perder a toda su familia siguiera en pie de lucha. Es admirable su coraje. El muchacho y su lenguaje corporal ya no buscan huir, se acerca un poco más y tímidamente busca el pan de trigo. Es así como comienza una nueva etapa con su nuevo padre y un prometedor futuro lleno de historias épicas para contar.

Tercera parte: Una nueva familia.

Han pasado aproximadamente dos años desde la ejecución de Tino. Aurelio tiene una trayectoria como escudero ayudando a Quenturio y a sus legionarios a preparar sus armaduras y tener al día sus armas. No es el tipo de oficio que esperaba tener y ha sido un tiempo muy duro que le ha templado el carácter como nunca. Antes estuvo en un ambiente familiar amoroso y unido por lazos fraternos, ahora está en un entorno de extraños que compiten por ser elegidos como Caballeros sin importar pasar por encima de los suyos. Todos querían ser nombrados por el Emperador para formar parte de la familia guerrera más prestigiosa de toda Roma. Si, Aurelio ahora vive en la gran capital imperial, en los alrededores de la fortaleza imperial. Su círculo más cercano tiene personajes variopintos como Sir Quenturio, a quien ya venimos conociendo desde el capítulo anterior. Es un noble altivo de edad avanzada para la época, de cabello rubio cenizo con canas de experiencia crecientes, de cuerpo robusto endurecido por la férrea disciplina de la que es ejemplar, una barba poblada bien cortada y cerrada como sus estoicos ideales, su mirada es un océano helado que escruta cada detalle, pero un mar de bondad y compasión cuando se encuentra con un ser querido. Quenturio representa la cabeza principal de un pequeño círculo de familiares en el tercer establo del Emperador.

A Quenturio le sigue por orden descendente Sir Julius Sgambatto, un fornido de estatura más retaca pero toda una fortaleza humana, incluso más denso que Quenturio. Tiene una barba poblada que cae de su quijada sutilmente recortada para no hacer memoria a los inescrupulosos bárbaros. Su cabello es café oscuro y crespado alrededor de una zona llana bastante amplia donde no crece ni una planta. Sus ojos son también de color café oscuro con cejas pobladas que casi siempre están fruncidas. Tiene una pronunciada cicatriz que cruza su pómulo izquierdo casi hasta la comisura del labio por el mismo lado, y muchas otras más en el cuerpo. Sus mejores tareas son la leña, la forja, la caza y la batalla. Muchos creen que es hijo de un bárbaro por simpatizar a costumbres de fuerza bruta, pero también es un noble con mucho coraje. Julius es padre de dos jovencitos muy parecidos a él que también gustan de ir a cortar madera y forjar metal. Julianus y Rafaello son gemelos casi perfectos, y apenas se les diferencia por el tono de la piel mas claro para Rafaello, y por la forma de sus ojos redondos a diferencia de Julianus que los tiene un poco rasgados. Ambos han heredado características de su padre y son una versión más fresca de él con abundante cabello amontonado y poco peinado, orgullosos esperan tener barbas grandes y músculos poderosos. Ambos son habladores y aunque tienen una rivalidad fraterna por impresionar a su padre, a la hora de necesitarse son tal vez los hermanos más unidos del tercer establo.

Al cuidado del hogar y de las muchachas está Alba Rossa, una señora a la puerta de los cuarenta de cuerpo ancho que alguna vez fuera envidiable entre las plebeyas. Tiene un largo cabello castaño recogido en un paño que aparte de su cabello sostiene el sudor de su incansable espíritu hacendoso. Es en la familia el otro plato de la balanza entre los hombres mayores, y es gracias a sus manos y las de su equipo de "damitas" que los trabajadores y en buenas ocasiones los Caballeros tienen gusto por la comida de manos campesinas luego de los banquetes imperiales. Alba tiene ojos grises y un rostro sonriente casi todo el tiempo. Con su bondad pudo haber sido buena sacerdotiza, mas la ley de Dios y sus mortales adeptos no las admiten en los altos cargos eclesiarquicos. Prefiere ser enormemente aceptada en aquella pequeña familia. Alba nunca pudo ser bendecida con hijos y su esposo murió en batalla cuando ella era joven. Eso no fue impedimento para su espacioso corazón que brinda afecto y amor materno a todos, hasta a los mayores. Y uno que otro regaño de mamá si no te lavas las manos o no te comportas en la mesa o la cocina.

La mas joven de las damitas es Conccenttina (Pronuncia: conchentina) sin apellido. De cabello cobrizo y piel clara, con facciones curvas gracias a unas mejillas redondas con hoyuelos en cada sonrisa, nariz respingada y ojos avellana que inocentemente llaman la atención de los más chicos. Ella es de unos 13 años de edad y es una de las más protegidas de ese establo. Le gusta mucho la cocina y la cría de caballos así como otras tareas básicas como bordar y limpiar. Al igual que la señora Alba le gustan las cosas limpias y no le gusta que la ensucien. Ve a Alba como a una madre y admira el trato de Quenturio hacia ella y otras mujeres. De las muchachas es la mas tímida pero también muy empática y curiosa. En orden ascendente a ella le sigue Cirella, de unos 15 años con cabello negro cortado casi como un chico, de piel un poco morena y facciones finas. Su mirada es más avispada y perspicaz, sabe que con mirar bonito puede distraer chicos o convencerlos de que hagan cosas para ella, pero a ella le satisface más ganar cosas con sus propios esfuerzos. Por años la obligaron a hacer tareas "de niña" y siempre protestó, hasta que un día la encontró Julius en una riña con Roberto y Cletto, y en palabras del leñador la niña los puso a dudar antes de que la retuvieran entre los dos. Toda una ráfaga de muchacha, muy decidida y creyente del Ojo por Ojo. También le gusta hacer chistes malos y a veces pasados, una costumbre de los chicos bravucones con los que juega en el patio luego de arar la tierra y cazar gacelas con Julius usando el arco. Finalmente está Flavia, también de 15 años recién cumplidos. Tiene un cabello castaño largo en una coleta sencilla y es de piel clara también. Algunas de sus facciones la hacen parecer oriental y tiene en especial una marca de nacimiento en el lado derecho de su cuello. Viste de manera recatada aunque a veces eso no es suficiente para pasar desapercibida en cuanto a su belleza se refiere. En la familia ella tiene la mayor empatía y sentido del cuidado. Desde que cuidó a su madre en el lecho de muerte, y más tarde a su padre por la misma enfermedad ella encontró en la medicina su don divino. Es la clase de persona que siempre está atenta de si comieron bien, si están abrigados, si se ven pálidos, ojos rojos, si están tristes, y cualquier cosa.

De los chicos falta mencionar a Cletto y Roberto Spatha. Cletto es el más obstinado y endurecido de los más chicos, con unos 13 años de edad y rasgos caucásicos muy similares al legendario Julio César de Roma. Le llaman el pequeño César, y tal como al legendario considera que la gloria es para él. Contrario a lo que se cree, lleva la ley de Dios consigo y le da ese extremo de armas tomar en cada oportunidad. Le gusta competir y medirse con todos y es en muchas ocasiones un mal perdedor. El rencor le embarga ahora que su padre murió en manos del leñador ejecutado, el padre de Aurelio, a pesar de que la cuenta está saldada por la ley del Ojo por Ojo. En otro detalle, a pesar de su personalidad ha sido nombrado como Aprendiz Caballero por su valía en combate y su voluntad leal al Emperador. Quenturio y Julius lo mantienen muy bien vigilado, es una tarea que tanto el padre como el tío del chico encomendaron a ellos dos. Si, antes Cletto estaba en las barracas frontales con su padre y su tío, pero estos no han podido poner freno y disciplina a su carácter mientras que los dos hombres del tercer establo si han logrado aplacarlo. El chico se siente ahora mismo degradado de rango pese a su nuevo título. Además de pelear, Cletto aprende rápido a dirigir formaciones legionarias de lanza gracias a su potente voz.

Roberto Spatha, es visiblemente hermoso y considerado una bendición para sus padres. De cabello albino y ojos negros enmarcados en facciones bien delineadas y envidiables. Su cuerpo es bastante delgado y bien cuidado. Desde muy chico siempre tuvo talento para la espada, como su apellido lo nombra. Es de los jóvenes el espadachín más fino y certero, no se le confunda con alguien frágil por eso. Le gusta ir a caballo y explorar terreno, acampar en bosque, recoger frutos, pero no cazar. Por su belleza natural es también la comidilla de las muchachas del tercer establo, y las del segundo y primer, y las de la textilera, el mercado, el castillo, etcétera etcétera. Solamente el mismo príncipe rivaliza en ese certamen informal por su herencia. Cletto le acompaña cuando quiere jugar con alguna chica que se rinda ante ellos (Ante Roberto en realidad) Desde muy chico ha tenido tintes de vanidad por el papel que se le ha dado, pero en el fondo no se siente satisfecho de solo saciar expectativas para los demás. A él le gustan los animales y cuando explora prefiere no cazar para evitar dañarlos y porque la caza es desgastante. Él también fue enviado al tercer establo, pero no como castigo sino como apoyo para ayudar a Cletto a encajar entre los más jóvenes. Él no siente desagrado de su nuevo lugar, más bien para él es un honor estar bajo la tutoría de Sir Quenturio, que ha compartido numerosas experiencias con su joven padre Giancarlo Spatha, quien ahora es un Caballero imperial con mayores responsabilidades desde que muriera su hermano Marco Spatha.

Aurelio acaba de llegar a su nuevo hogar luego de unos días de aceptar la oferta de Sir Quenturio para que le guíe y eduque. Su personalidad hogareña hará un interesante contraste con cada miembro de la familia en las próximas páginas de la historia.