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— Sí... cómo no —habló con un tono exageradamente dulce, y se acercó al muchacho con extraña docilidad, alargando hacia él un cucharón con salsa boloñesa—. A ver, ¡abre la boca! —la pelirroja ni siquiera esperó a que la abriera cuando le metió en la boca el cucharón hirviendo. (???)
 
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