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CharlesDexterWard · 31-35, M
Sintió justo cuando el acero le quemó las costillas, justo cuando la cuchilla le atravesó la piel -[c=#E57300][i]¡Ughhh…![/i][/c]-la sangre le llenó los pulmones y se obligó a toser...los ojos se le enrojecieron de la rabia…la ira casi le estalla en la cabeza, e intento devolver el golpe, pero el aguijón volvió a enterrarse una y otra y otra vez en su tórax.

El tumulto que se sentía en el callejón era terrible; las voces, los juramentos…cristales se rompían y la sangre era derramada a grané. Pero todo terminó como había comenzado…con silencio, silencio después de que una andanada de detonaciones irrumpió en la pelea con salvaje furia. Dos hombres, maltrechos, salieron de la boca de la vereda, uno de ellos con una humeante pistola en manos, y se fueron, casi arrastrando los pasos, apoyándose contra las paredes. El que no llevaba el arma, en cambio, traía un bulto aferrado contra el pecho…un bodoque de trapos sucios y viejos, un paquete extraño por el cual parecía estar dispuesto a dar la vida.

Agobiada, aferrándose al estertor que surgía de su garganta, ella yacía en el suelo, revolcándose…cinco o seis la circundaban, todos nadando en sus propios pozos del vitae que era expulsado por las sendas heridas. Miró, unos pasos allá, a Raymond…a él le habían partido la cabeza, literalmente, en dos, de un disparo y tenía la masa encefálica desparramada por el suelo. Louis estaba abrazando a uno de los hombres de traje negro…sufría de convulsiones, al tiempo que intentaba enterrar más y más el puñal en el corazón de su antagonista…él moriría, pero se llevaría consigo al maldito…

Cuando pestañó, varias lágrimas le rebosaron los ojos y fueron a escurrirse en a los costados de su rostro. Pronto su pureza fue manchada, pues confluyeron con los rastros carmesí que salpicaron su tez dorada en cuanto las heridas le fueron hechas. Rosie; la niña de Arkansas, la adorada nena de papi, de cabellos rubios como el trigo, nunca pensó terminar así: apuñalada, desangrándose en un callejón asqueroso de Brooklyn. Lo que puede llegar a cambiar la vida en un año…el verano pasado estaba deseosa de empezar sus estudios en la Universidad de Fordham, pero esto significó su perdición al final.

-[i][c=#E57300]L-louis…[/c][/i]-Intentó hablar, estiró la mano hacia el joven de cabellera roja que había dejado de moverse. Le sobrevinieron arcadas y tosio con fuerza. A borbotones la sangre le subió por la garganta y la vomitó, doblándose por los dolores que le producían las heridas. Sentía una debilidad terrible, una agonía incomparable…empero lo peor aún no sucedía, pues cuando se enderezó, recostándose de nuevo, dejando descansar la espalda contra el suelo, sintió nuevas pisadas internándose en la vereda.

-[b]Que desastre…[/b]-Musitó una voz casi musical, hermosa, como de un ángel, pero gruesa y profunda. Rosie sintió el corazón latir desesperadamente, buscando advertir a la figura dueña de esa voz. El dolor aumentó solo de escucharlo.

-[b]¿Cuántos?[/b]- Inquirió. Cuando logró mirarlo sintió un alivio y le sonrió, aún dentro de la muerte él era la calma, la respuesta a todas sus súplicas. El recién llegado se agachó frente a ella, pasó su diestra sobre las heridas llenándose la mano del flujo mortal que de estas surgía. Rosie no pudo responder, solo alzó una mano y en ella tomó el rostro del azabache; era su Charles, tan guapo como siempre era, sus pómulos afilados, su piel pálida, sus ojos profundos…desde que lo vio en la clase de Historia de Nueva Inglaterra, quedó sumamente enamorada, su corazón fue flechado por aquellas formas tan galantes, por aquel cuerpo delgado y fuerte espécimen que por su manera de actuar parecía sacado del siglo pasado -[b]Está bien, yo me encargo…yo hago el resto, tu solo descansa, pequeña Rosa…[/b]-y depositó sobre su frente un dulce y tierno beso. Al alejarse ya la muchacha había expirado.

Los ojos grises de Charles intentaron horadar en la oscuridad. El sonido de las sirenas policiales empezó a hacer eco en la noche…justo a esa hora, este sonido parecía ser de lo más común en aquella área de la isla, pero evidentemente, estas sirenas se dirigían al lugar donde se había producido la pequeña escaramuza, sin embargo él salió caminando con una calma alarmante, mientras se limpiaba la mano llena de sangre, con la cual había revisado las heridas de su amante, de su discípulo, de su estudiante, con un paño de algodón blanco que había sacado de la fina chaquetilla de su traje negro. Apoyó su andar hacia la avenida principal en el bastón de esmalte negro y empuñadura con forma de cabeza de cuervo. Un borrachín pasó junto a él, más no advirtió cuando el pelinegro soltó el trapo manchado. La determinación en su mirada era inusitada, parecía hirviendo por una ira que en otro tiempo no hubiere sentido.
MhK1566464 · 41-45, M
Por si la angustia que había intentado causar no fuese suficiente, Mihael rió; un sonido casi burlón, mordaz, aunque más suave que sus habituales carcajadas o palabras hirientes. No cabía duda: estaba [i]disfrutando[/i] del momento. Huelga decir que se guardó la respuesta a esa última pregunta; si lo hizo en vistas a magnificar el efecto de la revelación, o si tenía algún otro motivo, fue materia que quedó en el aire, aumentando la tensión del encuentro.

Desde el cuello, donde su mano había reposado tras apartar la cortina plateada, sus dedos continuaron la travesía, aprovechando el corte del camisón para disfrutar de la piel desnuda, a la que dedicó una serie de caricias que bordearon la ternura; pero, por supuesto, esa delicadeza no era más que parte de la pantomima, como cuando la tersura en su voz solo anunciaba peores castigos. A pesar de todo, el afecto de sus yemas parecía genuino, dibujando círculos perezosos hasta que la totalidad de la palma hizo contacto con la espalda y descendió aun más; pronto, la zona lumbar se halló asida por Mihael, quien empujó con la suavidad necesaria para que el cuerpo de Asseylum y el suyo resintieran la falta de espacio: la mitad bajo su cintura se adhirió al vientre femenino, revelando el despertar de su virilidad, quien comenzaba a resentir el calor que dominaba al varón. Le fue inevitable suspirar al provocarse el roce, dado que una turbación agradable sacudió sus nervios, haciéndolo estremecer. ¡Cómo deseaba a aquella mujer!

Entretanto, su boca no había abandonado las inmediaciones del oído; de modo que, cuando volvió a hablar, echando mano del mismo volumen y tono, su aliento de nueva cuenta hizo mella en la oreja de Asseylum. —Será mejor que no te resistas... —¡Advertencia más falsa! Mihael esperaba justo eso: subyugarla, hacerle comprender que ella, toda ella, le pertenecía [i]a él[/i]. —Cual si el aire cálido de su voz fuese un preámbulo, sus dientes fueron ahora quienes marcaron el cartílago, mordisqueando con inesperada suavidad; tras un breve retozo, sus labios entraron en juego también al succionar la zona con avidez. Parecía que intentaba grabarse el sabor de la piel ajena. Cuando por fin aflojó la presa, volvió a tomar la palabra, sellando así el destino de la [i]senkensha[/i] mientras dejaba ir su rostro y usaba esa misma mano para levantar su camisón, al recorrer su muslo en una nueva caricia que se deslizó bajo el faldón de la prenda. —Así es, Asseylum. —Hizo una pausa, disfrutando por anticipado la zozobra que su comentario, seguramente, dispararía. —Mi padre cumplió su deber, y se aseguró de que la línea sobreviviera... [b]Eres el resultado de su sangre.[/b]
MhK1566464 · 41-45, M
Su forma de negar en silencio lo dijo todo. Tan categórica, cual si todo el mundo perdiera importancia cuando de los deseos de Mihael se trataba; cualquiera que hubiese vivido en la mansión Keen el suficiente tiempo habría aprendido a reconocer esa mirada... Y a temerle. Significaba que el jefe de la dinastía no pararía ante nada con tal de obtener lo que quería. La suavidad engañosa de su caricia fue sustituida con una leve presión de sus yemas, que asieron la mejilla y pómulo de Asseylum para hacerla ponerse en pie, a sabiendas de que no encontraría resistencia alguna: sus sesiones "educativas" habían sido bastante efectivas. Por si faltaba más, su expresión antaño estoica se tergiversó con la aparición de una sonrisa breve, mas afilada; prueba inequívoca de que tenía algo en mente, y estaba a punto de ponerlo en práctica.

Sin pudor alguno, su mano libre apartó las hebras platinadas de Asseylum, echándolas atrás en vistas a descubrir su cuello; la piel lechosa se reveló ante él como un campo fértil, y sus labios tenían justo la humedad necesaria para hacer nacer los suspiros de él. Tal idea le hizo relamerse, si bien de forma discreta; el desliz apenas y duró un segundo, pero fue harto significativo. Sus intenciones no podían ser más obvias. —No. Ya no puede esperar. —Apenas el silencio precedió a su voz, el rostro de Mihael inició un descenso, compensando la diferencia de estaturas con una inclinación que le permitió alcanzar el costado del rostro femenino, el opuesto a donde su mano aún hacía presa; y, pasando de largo, logró que el rumor de sus palabras rozara el oído ajeno con una vibración grave, tan o más dominante que su actitud de siempre. —Hay una regla inviolable, Asseylum. Ninguno de mis ancestros la dejó sin cumplir; y llegó el momento en el que he de perpetuar sus designios.

Hizo una pausa. La expectativa, quizá temor, que intentaba hacer nacer en Asseylum era un lujo que podía darse; más que nada para su deleite personal. ¿Cómo reaccionaría ella al comprender? ¿Sería la misma muñeca dócil y obediente, o tendría que someterla? Un estremecimiento lo recorrió al pensar en eso último. Huelga decir que, durante las sesiones de disciplina, había descubierto cierto placer malsano en hacer que ella lo obedeciera; sería un gusto repetir tal sensación, de ser necesario... Su lengua - apenas la punta - rozó muy superficialmente el contorno de la oreja, antes de explicarse por fin, fuese o no necesario; mientras que su mano tomaba posesión de la espalda baja femenina, acabando con la distancia entre ambos. —El jefe de la familia Keen debe asegurarse de que no se pierda el linaje de las senkensha. Te honraré con mi esencia, Asseylum... Esta noche, serás más mía que nunca.
MhK1566464 · 41-45, M
Quizá no había sido tan cuidadoso como creyó, pues vio a Asseylum erguirse sobresaltada; sin embargo, aquello no lo disuadió: no habría llegado a ese momento decisivo si no se sintiera seguro de sí mismo y sus atribuciones. Nunca había vacilado cuando se trataba de hacerse con algo - o alguien - que deseaba; y en este caso, ella ya le pertenecía por derecho. No hacía falta mayor justificación.

Mihael abrió la puerta con firmeza, aunque apenas lo suficiente para atravesar el umbral, sin hacer mayor alboroto de su llegada. Por un momento, la luz del pasillo hizo resaltar su silueta en la penumbra, atlética, orgullosa; nadie diría que aquel hombre ya había rebasado los cuarenta. Su salud era tema fundamental: sin ella, no podría ejercer el inmenso poder que tenía en sus manos... No sería capaz de cumplir sus obligaciones con Asseylum. Ya no podía aplazarlas más.

—Asseylum. —El nombre de la chica cobró un significado distinto, cual si, al ser pronunciado por Mihael, declarase de inmediato que ella le pertenecía. Lo dijo con tal seguridad, así fuese en un volumen apenas más alto que un susurro, que no quedaba duda de sus intenciones: había acudido esa noche para ejercer su mandato, sin límite alguno. Tras cerrar la puerta, avanzó con el mismo paso firme hacia ella, aunque fue más lento, cual si midiese la distancia entre ambos y saboreara por anticipado lo que sucedería una vez la alcanzase. Cuando esto pasó, Mihael estiró la mano y, con ella en forma de cuenco, acunó el rostro de Asseylum, de una forma que, a pesar de lo intrínsecamente tierno del gesto, era una señal más de la posesión que él sentía sobre ella. Tras forzarla con suavidad a levantar el rostro, sus ojos centellearon con el deseo al posarse sobre la piel nívea, apenas cubierta por las prendas de dormir; y sus labios se separaron para enunciar una frase que dejaría todo a las claras, sin necesidad de expresarlo textualmente. —Ha llegado el momento de que cumplas tu deber conmigo. Esta noche, consumaremos el pacto.
MhK1566464 · 41-45, M
Deber; el deber ante todo. Su padre había puesto el honor de la familia y el deber por encima de todas las cosas; gracias a ello, Asseylum había nacido, y el linaje de las senkensha había alcanzado su pináculo. La dinastía Keen - con otros nombres - había persistido a través de los siglos, manteniendo siempre bajo su yugo la línea ininterrumpida de videntes a la cual Asseylum pertenecía; y el primogénito de la familia siempre se había asegurado de que la sangre pasara de generación a generación. [b]Ahora, ese era su deber. [/b]

Si Asseylum estaba o no dispuesta a continuar la tradición, poco importaba: Mihael sabía que, desde niña, a ella se le había hablado de su destino y preparado para él; lo mismo que se le había enseñado a Mihael, pero desde la perspectiva de los vencedores. Así, él había crecido con sentimientos mezclados, exacerbados durante la adolescencia; entre ellos, el deseo, así fuera prohibido en cierta forma merced al lazo entre ambos.

Pero todo era por el deber. ¿Qué importaba?

Mihael vestía una yukata masculina, ideal para las noches calurosas del verano. Sus pies, silenciosos, se deslizaron sobre la madera perfectamente pulida, acercándolo, palmo a palmo, a la habitación donde Asseylum moraba. Quizá ella lo esperaba, quizá no; pero esa noche había sido prevista desde tiempo atrás, de modo que Mihael no tuvo ninguna duda cuando se halló de frente con la puerta cerrada, misma que abrió con total sigilo, usando el manojo de llaves que solo el amo de la mansión podía tener. Un pequeño chirrido rompió el silencio, y el varón se asomó por la rendija, intentando descubrir la silueta de la vidente en la penumbra. ¿Estaría despierta? ¿Lo habría presentado venir? Pronto tendría respuesta a esas cuestiones, urgentes, más no tanto que el hormigueo en su virilidad...
Yuki2104 · F
-Toda una gran algarabía se podía ver al otro lado de los extensos ventanales de la cafetería donde Yuki trabajaba. Apenas había logrado cumplir su primera quincena, nada más gratificante que por fin conservar un empleo que le generara estabilidad.

—¡MIYAZAKI! —La voz provocó que el abarrotado lugar bajara la voz, curiosos de saber a quién sería a quien llamaban como una reprimenda.

Desde la lejana mesa 7. Una joven de larga melena azabache y ojos negros, acudió al llamado a toda prisa y en silencio, mientras guardaba la libreta de pedidos y un pequeño panfleto que había caído misteriosamente sobre la mesa. Le había causado tal curiosidad, que lo estuvo leyendo demasiado tiempo del necesario, distrayéndose del trabajo en plena hora pico y en medio de un importante festival. Había gente por doquier en las calles y avenidas aledañas y el restaurante, era el más cercano antes de llegar al templo dedicado a las videntes del país nipón.

—¡¿YA VIENES O QUÉ?! —Le gritó el administrador de nuevo, cuando la joven se detuvo frente a la mesa tres, donde le solicitaban llevar más bebidas. Con la orden grabada en su cabeza -Dos coca colas y una limonada- caminó entre el resto de sillas y mesas y se detuvo frente a la caja donde el dueño le esperaba y le enjaretaba el ticket de una de las órdenes que ella había tomado.

—¿Dónde está el dinero de esta orden? ¿Te pagaron? —La chica sintió una punzada en el estomago, al recordar a la mujer que había ayudado a entrar y comer en la cafetería. Lucía cansada y marchita, era una mujer mayor, al parecer indigente que le había pedido una moneda.

—Eh… no… —Mencionó Yuki en voz baja mientras tomaba la nota de remisión, pero antes de poder sostenerla entre sus dedos, el dueño se la arrebató y la guardó de nuevo en la caja registradora.

—¡Entonces te la descontaré al doble por tonta! ¡Vuelve al trabajo! —Se sintió abochornada, podía sentir las miradas de los comensales encima, cuchicheando. Volvió a la fuente de sodas y sirvió las bebidas -Dos limonadas y una coca cola- Si… pintaba ser un mal día.

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A las 7 de la noche, cuando el sol comenzó a ocultarse y las calles a iluminarse con lámparas de colores por el festival a la adivina, Yuki salía de la cafetería. Llevaba el delantal de trabajo sobre el brazo izquierdo para llevarlo a casa y lavarlo. Sacó el monedero, para contar el dinero de las propinas y pese a que le habían descontado el doble de un desayuno, le había ido bastante bien. Sonriente, caminó por la acera hacia la avenida principal rumbo a casa, abrazando fuertemente el delantal contra su pecho, escuchando el crujir de un papel en los bolsillos.

—¿uh? —hurgó dentro del delantal, sacando el panfleto que había doblado y guardado dentro del mismo. Lo leyó con detenimiento, sintiendo una extraña sensación recorrerle el cuerpo.

¿Emoción? ¿Curiosidad? Durante mucho tiempo, se había cuestionado sobre sí misma. No podía recordar a sus padres, ni amigos. Tampoco sabía que había sido de su vida, antes de despertar en una cama de hospital, sin recordar su nombre y su pasado.

—¿Y si ella puede… ?—¿Y si ella puede decírselo? Observaba el panfleto, donde se anunciaba la ocasión especial, solo un día estarían abiertas las puertas al público y justamente, terminaría a las 7 de la noche.

Miró calle arriba y las extensas y empinadas escaleras para subir al templo, pensó en lo mucho que le dolían los pies, pero además, en la única oportunidad que tendría para verla.

Reuniendo las pocas energías que tenía y esa fuerza de voluntad que normalmente trataba de explotar, corrió hacia el templo en espera de poder alcanzar aunque sea, el último lugar para poder verla. -