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miembro de los Sternritter el grupo élite del Wandenreich
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A1540942 · F
Sus esperpentos sonidos ocasionados por sus pisadas sobre la suave arena abatían los granos, levantando una humeada de vapor de areniscas por cada movimiento burdo que ella hacía.
El calor era abrasador en el desierto, parecía que buscaba apretar con sus torvas calientes a todo ente que viviese en esos rededores pero para su mala fortuna ya todos se habían acostumbrado a esas garras ardientes de fuego. Aún así unos días eran más asfixiantes que otros, como ése.
La joven sentía que se derretiría su piel en cualquier momento, hasta que se nubló por unos instantes ella lo agradeció; tal vez pronto caería una lluvia tumultuosa. Qué hermoso día será.

Así que, caminó con mayor lentitud. Aún cuando ella vivía en un lugar así de caluroso poseía la piel blanca como el alabastro, contrastando sus hebras lavandas, tan largas que, le llegaban debajo del glúteo aún teniéndolo atado en dos coletas altas.

Sus preciosas amatistas miraban su frente buscando llegar a su objetivo, su pequeño recinto que quedaba a no más de cien metros. En su hombro delgado descansaba una gran bolsa de proporciones mayores a las de sus 150 centímetros de estatura. Aún así en su rostro no se denotaba alguna muestra de cansancio o fatiga, parecía que cargaba un saco de plumas; sin embargo tenía sus pertenencias. Oro, oro puro que vendía en el bazar.
¿De dónde conseguiría una pequeña de no más de 16 años esos instrumentos? Bueno, no era un secreto. Ella era una cazadora de tesoros, después de todo era una poderosa hechicera haciéndose pasar por una infante a costas que, no tenía algo más interesante que hacer en su vida. Después de casi dos siglos viviendo ya había visto tantas cosas que comenzaba a aburrirse de su inmortalidad.
Exhaló un suspiro, solo quedaban menos de 60 metros, ya podía divisar su casa. Y fue entonces que, algo le hizo detener su andar de manera brusca. Encalleció los músculos y lentamente dirigió su mirada púrpura hacia el lugar donde provenía esa fuente de poder.

Cuando observó al ser al que le pertenecía ella solo se enserió. Sin embargo cuando le habló, fue en un tono crédulo e inocente. Su delicado melifluo soprano salió de sus fauces. — ¿Eh? ¿Onii-chan te perdiste? —Mencionó elevando la voz al susodicho, ella advirtió sus rasgos cómo la complexión física que le componía esa imponente espalda y ese cuerpo tan corpulento que le hizo apabullarse unos efímeros momentos. Pero recobró la postura de inmediato.
Mordió su labio inferior un poco nerviosa, no sabía qué clase de ser era él. Pero tenía que descubrirlo por sí misma, antes de que dañara el poblado que ella tanto quería.
 
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