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H1576413 · F
Paso a paso, Helena se aproximó lo suficiente para tomarlo por el brazo, un agarre suave, apenas perceptible e infundado por un miedo irracional.

No obstante, una nueva señal de alerta se encendió. Avicus, por lo general, era tibio ( ó así lo catalogaba Helena ) desde el tacto hasta en la forma de actuar. Lo que halló en cuanto dejó su mano descansando en la piel masculina fue una sensación gélida que estremeció su cuerpo.

¿Qué estaba pasando?

— Tú... — Buscó sin atisbo de dudas la mirada de Avicus. — ... ¿Quién eres? —
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la excepción. Un empujón no impediría que lo siguiera por lo largo del pasillo que conectaba a la cocina.

— ¿Qué te sucede? — Decidió enfrentarlo; su voz se tiñó de valentía — ¿Por qué estás apartándome? Creí haber dejado en claro nuestra relación. A menos que desees deshacerte de mí, debo seguirte ...— En especial si tenía un mal presentimiento.

Ni el dulce aroma del chocolate caliente menguó la aflicción pintada en su rostro. De hecho, llegó a pensar que estaba enloqueciendo. Ese hombre podría parecerse físicamente a Avicus pero estaba segura que no eran la misma persona.

Apretó las manos, las hizo puño a la altura de su cadera. De nuevo la primer sospecha en cuanto al súbito cambio saltó a su mente.

— Por favor, dime qué sucede. Es mi deber procurar por tu bienestar... — (...)
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Esperaba una respuesta positiva, un algo que instara la convivencia matutina a la que se había acostumbrado, pero en lugar de eso recibió un trato que solo se da a quienes son estorbos. Imposible dar un paso dentro de la habitación porque Avicus la sacó de inmediato. Ese empujón, por pequeño que fuera, le recordó al rechazo por parte de la corte celestial en su día de exilio. La amargura se esparció en su boca, haciéndose un nudito en la garganta que impidió el paso de palabras por al menos un minuto.

— ¿Avicus? — No tardó nada en crear cientos de escenarios de la noche anterior, buscando y rebuscando cualquier error que no hubiese notado; una sola acción que conllevó a la indiferencia del rubio. Por más que trató de averiguarlo, no encontró nada importante.

— ¿A dónde irás? Sabes que debo cuidar de ti. — Se excusó en los deberes angelicales que necesitaba cubrir para recibir el perdón de Dios. Helena era conocida por ser persistente con quien fuese; Avicus no sería(...)
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Helios miró a la mujer de pies a cabeza como si examinara un corte de carne colgado en el aparador; su mirada era la de un depredador y tenía un alcance tan profundo que posiblemente habría de hacerla sentir incómoda. Chasqueó la lengua una vez que terminó y la apartó de su camino, empujándola con el dorso de su mano como si hiciera a un lado a un animal molesto. Admitía que era agraciada y hasta tenía el perfecto perfil para que él se obsesionara con ella, pero no iba a perder el tiempo ahí. Quién sabe cuando recuperaría Avicus su posición en la luz.

Desayuna sola como una buena chica y no me estorbes hoy, voy a salir —le dedicó una falsa sonrisa y avanzó hasta la cocina para cerciorarse de tener todo lo necesario para su travesura.
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peligro la vida de Avicus; el original ya había tenido suficientes desgracias, una más podría ser la gota que lograría colmar el vaso. Se prometieron intentar vivir con ella, empero, Helios no era exactamente bueno para cumplir acuerdos verbales.

No encontró en ningún lado la ropa que él solía usar por lo que, molesto, se tuvo que conformar con una playera negra simple y unos jeans del mismo tono. Él gustaba de llevar su larga melena suelta y rebelde así que no se molestó en verse al espejo antes de tomar el calzado y usarlo; su idea era salir de cacería lo más pronto posible y volver al caer la noche con una bella mujer para desmembrar; por ello fue una sorpresa desagradable el arribo de Helena y sus ganas de interacción.
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Qué bueno es volver —esa fue la frase con la que Helios recibió la mañana. No le tomó ni un minuto empujar a Avicus hasta lo más profundo de su inconsciente para apoderarse de “la luz”; se sentía fuerte, renovado y había odiado cada minuto en el que se mantuvo encerrado, así que no perdió más tiempo viendo el techo sobre la cama y se levantó de un salto. Durante su aislamiento encontró confort en las memorias del pasado y en la sangre que había derramado junto al patriarca de la familia Lehnsher, pero también hizo un esfuerzo por seguir la pista de todo lo que la personalidad original había hecho en su día a día. Ahí fue cuando descubrió la existencia de Helena y se sintió amenazado ante los cambios que ella provocaba en Avicus.

Su primer instinto había sido asesinar a la fémina pero Varrik había intervenido al instante y, aunque en circunstancias comunes ambas personalidades habrían tenido una terrible pelea, ambos parecían estar de acuerdo en que hacer eso pondría en
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la vida de Lehnsher había sido precisamente “simple”.

El muro en su psyche que las pastillas habían construido se destruyó poco a poco con el pasar de los días que, pese a ser percibidos por él mismo como momentos pacíficos y felices, fueron el preludio de la liberación de dos viejos compañeros: Varrik y Helios. Para la semana después del arribo de Helena, Avicus estaba empezando a presentar ciertas ausencias y pequeñas lagunas mentales que no pudo notar por sí mismo; él excusaba su falta de memoria con el excesivo cansancio del trabajo y su torpeza con la falta de una buena alimentación. La negación no le permitió darse cuenta de que las medicinas habían empezado a dejar de funcionar de a poco y, para cuando quiso verlo, ya era demasiado tarde. Alguien tocó a la puerta y la abrió sin esperar invitación.
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Avicus
Helios
Varrik [/code]

Lo único cierto de la calma es que precede a la tempestad y, para Avicus, la puerta que contenía sus tormentas internas fue abierta nuevamente cuando él decidió girar el pomo que mantenía contenida la esencia de su madre; la mujer que le había dado la vida, que intentó arrebatársela y que terminó matándose a sí misma. ¿Por qué, si había tenido tanto cuidado durante casi veinte años, abrió sin más la habitación de su progenitora? No fue por valor y, ciertamente, tampoco fue porque quisiera superar ese oscuro trauma; una serie de eventos fueron los que lo empujaron a hacerlo. El primero, y el más importante, cayó del cielo en forma de una mujer alada; el segundo involucró a su mente obnubilado por los efectos del alcohol y, el último, tuvo más que ver con el olvido de lo que allí había sucedido. Helena necesitaba una cama, Avicus tenía una extra y se la dio, tan simple como eso; exceptuando que, por supuesto, nada en
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Era cierto, además, que nadie estaba atado a sonreír a diario por lo que adjudicó el temperamento indiferente de su encargo a un día laborioso o un mal sueño. Pero... algo en él era particularmente inusual. El cálido brillo de su mirada había sido sustituido por hielo, la invitación a un abrazo jamás llegó... ¿Qué tan posible era que fuera otra persona?

Meneó la cabeza, deshaciéndose de esas destartaladas impresiones. Solo un mal día, solo eso. Avicus era el de siempre, el cansancio ponía de mal humor a cualquiera.

— ¿Avicus? — La cabecita de Helena se asomó tras el marco de la puerta perteneciente a la habitación del chico. — ¿Estás aquí? ¿Desayunamos...juntos? — Mirase por donde mirase, no encontró señal de Avicus.

De repente, una molestia a la altura de su estomagó acrecentó todos sus temores. ¿Qué tan fiable le sería escuchar al instinto? Ese no era su Avicus...
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Chocolate caliente, brisa cálida colándose por la ventana, pan tostado con mermelada de fresa y sonrisas que iluminaban el comedor, así eran las mañanas de Helena poco tiempo después de haberse habituado al hogar de Avicus. Todas las noches esperaba a que su nuevo encargo se quedase dormido para ella ir a descansar (aunque no lo necesitaba realmente, pero fingir que sí le parecía divertido) y aguardar por un cariñoso amanecer.

Se había hecho a la idea de que sus días correrían con la misma rutina, que cuidar de Avicus sería una de las mejores experiencias a lo largo de su “carrera” con los humanos y que, seguramente, regresaría al cielo antes de lo esperado.

Pero esa mañana en particular sintió a Avicus distante. ¿Estaría enfermo? Justo antes de verlo cerrar los párpados se aseguró de tocarle la frente con la mano, comprobando así que no tuviese fiebre; ella misma se encargó de cobijarlo. ¿Qué andaba mal entonces? (...)

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