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— No puedo hablar por él, pero no es rencoroso –sonrió, a fin de hacerla sentir un poco mejor. Se encontraban en los vestidores de mujeres, pues no tenía mucho que terminaron el último entrenamiento. El cuerpo de Dinah estaba envuelto en una toalla, al igual que su rubia cabellera (salvo que esta estaba envuelta en lo que parecía más bien un turbante). Trataba de remover el paño del espejo con su dorso, buscando el reflejo de la rubia con la mirada mientras reparaba en que pronto debería de retocarse las cejas.
Más bien trataba de verse fresca, pues sabía que había tocado un punto sensible para su pupila. Se le apretó el corazón.
— Ya conoces los horarios de mis consultas —porque además de Maestra de Artes Marciales, Dinah también era la terapeuta de los jóvenes héroes—, sino puedes acudir a mí, ya sabes, como tu amiga —se reincorporó frente al espejo y se giró hacia la rubia, cruzando una mirada solidaria, casi maternal, antes de encaminarse a su casillero—. Un campamento suen
Más bien trataba de verse fresca, pues sabía que había tocado un punto sensible para su pupila. Se le apretó el corazón.
— Ya conoces los horarios de mis consultas —porque además de Maestra de Artes Marciales, Dinah también era la terapeuta de los jóvenes héroes—, sino puedes acudir a mí, ya sabes, como tu amiga —se reincorporó frente al espejo y se giró hacia la rubia, cruzando una mirada solidaria, casi maternal, antes de encaminarse a su casillero—. Un campamento suen
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