—¿Así de complaciente?—respondió, con la ceja derecha un poco más arriba que la otra en un gesto suspicaz. Indudablemente escuchar todo eso hizo que el rey nórdico diera rienda suelta de su lujuriosa imaginación, y sus ojos que de por sí ya se comían viva a su acompañante, refulgieron con un brillo maléfico casi hipnótico al aterrizar de lleno en el pronunciado escote de su anfitriona —¿Esa es mi ofrenda de paz?—se refirió al collar de perlas, encarándola cara a cara a unos cuantos milímetros porque ella misma le jaló. Un profundo jadeo gutural escapó de su boca de forma intencional, para arremolinar sus alientos —Soy un hombre caprichoso que podría elegir todas las opciones para saber cual le gusta más—y dicho eso, su diestra fue rápida para tomarla de la nuca; atrapándola por la raíz de los cabellos con un puño tenso y firme, una acción abrupta que contrastó con el beso suave que acopló en sus labios poco a poco, apretando, y chupando otro poco —Hmph—