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Maldijo un poco en un murmullo niño mientras se sentaba en el suelo con ambas manos sobre su frente. Tenía los ojos sellados fuertemente por el dolor del golpe, tanto que un par de lágrimas se le asomaron por los lados de los ojos. De pronto cuando pudo abrir un ojo, porque un sonido profundo llamó su atención vio de frente la cabeza de ese melancólico ser "a medio morir saltando" y abrió los ojos como platos.

Se le olvidó el dolor por esa gran cuota de miedo, puso ambas manos sobre el suelo retrocediendo algunos palmos antes de exclamar en su lengua ancestral.

~ Si tir ti wanna loreat! Si mi bivai ihk drekim tenpiswo!!

Allí fue visible su atuendo. Era un vestido hasta las rodillas que mezclaba los colores rosa y naranja en telas tornasoladas de corte clásico, con hiedras en brocado de oro bordeando su hombro para sostener la prenda a su cuerpo, y en la cintura. De contextura esbelta y tierna pero sin cuota de delgada, no aparentaba más de veinticuatro años huma
Pareciera que ese día calmo jamás terminaría, esperaba que fuese así, o más bien que no sintiera el pasar de las horas. quería disfrutar la soledad y poder iluminar su corazón. Pero no todo era como él quería. Más bien nada era como el quería y siempre había algo que desviaba su atención
El estornudo y el golpe seco del cráneo contra la piedra fue ese pequeño instante donde supo, que su día sería guiado por caminos sinuosos, lejos de la contemplación y alabanza.
Se acuclilló y puso la rodilla sobre la tierra solo para asomar entre los arbustos su cabeza. ¡Pobre criatura que tendría que observar a aquella aparición de frente!

—No es necesario os escondáis.

La voz sepulcral, grave y profunda irradiaba la misma calma que sus pasos, amigable, incluso conciliadora. No estuvo seguro de lo que vió, pero sin dudas era una pequeña elfa ¿Alada? Aquello era extraño, pero no por ello malo. Se levantó para darle espacio, quería ver la reacción de la pequeña

—¿Cómo has llegado hasta ac
Esos pasos, ese roce metálico la alertó y se agazapó más contra el suelo. Entre hojas pudo ver el material negro que recubría una presencia extrañamente calma, que le irradiaba de pronto una sensación de tristeza.

Una mariposa del destino con sus alas doradas voló a la luz de la mañana, se le posó en la punta de la nariz a la avariel, con las patas pobladas de polen. No era alérgica ni nada parecido pero las motas pegadas eran gruesas y fueron llevadas por la respiración de Aethelis hasta el interior de sus fosas nasales, haciéndole cosquillas. Aspiró y aspiró profundamente con exabruptos antes de de escucharse entre la flora un gran:

~ A... A... ¡ACHIS!

Mariposa y hojas salieron volando, y un golpe seguido de un "¡AAK!" se escucharon tras ese arbusto cercano. La pobre se había agazapado tanto contra el suelo que al estornudar y llevar la cabeza hacia adelante, se había golpeado con una de las tantas piedras silvestres que poblaban la grama.
pues, al ser un ser mortal (Longevo, pero finalmente mortal) podría no comprender a su deidad tal y como quería ser interpretada. Su presencia irradiaba calma, paz.

Ya estaba a cientos de metros de la entrada principal y nadie parecía acercarse. al fin podría despojarse del yelmo que cubría el rostro. La piel pegada al hueso, huesos que se veían a través de las mandíbulas desprovistas de carne, cabellos otrora rubios, que habían perdido el pigmento, ahora blanquecinos y ojos azules como el cielo, sin el brillo de la vida

Aquello es lo que era ahora, una criatura maldita por el dios que odiaba a los nigromantes y no-muertos. una maldición que en sus manos lo veía como la mayor bendición de todas. Había sido elegido para ser su mano.
Día soleado, la bruma matinal se había disipado por completo, la calidez tocaba la armadura de aquella criatura impía que a contra pronóstico dedicaba la existencia a lo único que se le había negado: a la muerte pacífica. su gélida mano intentaba recordar las sensaciones que debía sentir la piel expuesta ante tal bendición que era el muevo amanecer. Su rostro cubierto por completo, no por necesidad, pues él decía comprender su naturaleza, pero no así los demás de la abadía. Recordaba el crepúsculo anterior llenos de cánticos y plegarias para quienes habían abandonado su vida mortal y guiados por la mano de Kelemvor, serían dirigidos al seno de la deidad correspondiente a quienes habían erigido en vida.

Su caminar, lenta, calma, era la antítesis de lo que su propia armadura oscura de tintes melancólicos representaba. Era un día hermoso en el cual podría caminar por las afueras del poblado y recapacitar sobre sus enseñanzas, no por que estuviesen mal, pues,(...)
La jovencita de cabello rubio ceniza se hallaba escondida entre los arbustos, de rodillas, y con las alas agazapadas y extendidas hacia el suelo detrás de ella. Ni sus ropajes ni sus detalles eran visibles pero sí esos ojos verde azulados resaltaban entre las hojas. Los guardias de la entrada no la habían visto todavía debido a la distancia, mas ella no se sentía con la valentía de saludarles, pues parecía ser que sus alas en ese mundo eran rarísimas en una forma humanoide, dignas de despertar la avaricia y la curiosidad cruel para con ella y su idioma nativo no la acompañaba. Lo cierto era que no sabía que hacer. Llevaba un día y medio sin probar bocado y el estómago le reclamaba con furia.

Los grandes dragones que eran los únicos que la comprendían solamente se veían en el norte nevado, y últimamente se habían sabido noticias de goblins y enanos trabajando hermanados para matarlos, y para subir a la cúspide de los grandes glaciares en ese confín del mundo.
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Los detalles dejados apartados para otra historia en el índice de los universos al fin habían llegado. Esta es esa historia olvidada.
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Esa mañana iluminada en los bosques grises sin nombre de ese inhóspito mundo para la avariel, abrían sus pestañas al sol naciente. Era como un atardecer eterno y cuando Aethelis despertó pensó por un instante que se encontraba en su tierra natal, al norte de todos los mundos, pero entonces, en ese linde notó la piedra caliza blanca encajada y ordenada como un camino que llevaba a una ciudad fortificada.

Temerosa y muy cercana a la entrada cuando se desperezó, se escondió tras algunos arbustos. No hace mucho tiempo había pasado días y noches incontables cautiva de unos humanos crueles que la llevaban en condiciones paupérrimas y lo único que pudo inferir antes de escapar, era que querían usar sus alas para algo porque constantemente las tocaban.

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