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Mis cazadoras me siguen en mis aventuras. Son mis servidoras, mis camaradas, mis fieles compañeras de armas.
 
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ElizabethAlacor · 22-25, F
—Sí, mi señora .—Se adentró en el bosque a hacer lo que le ordenó. Antes del atardecer, ya se habían atrapado un par de liebres, que entregó a sus compañeras para concinar.
La deidad de los bosques permitió que su arquera la envolviera en sus brazos, correspondiéndole también, enterrando su rostro entre los cabellos de oro de Elizabeth, aspirando su aroma a dulce y libertad, mientras deslizaba sus manos por su espalda. No protestó al sentir los suaves labios ajenos presionando contra su frente, Artemisa había obtenido justo lo que quería escuchar.
Estaba más que complacida.
Irguió ambos cuerpos y la divina piel se erizó cuando se separó de la calidez que emanaba su camarada, al marcar distancia entre ambas.

—Bien —asintió levemente con la cabeza—. Ahora necesito que hagas algo más por mí.

Situó sus manos sobre los hombros de su cazadora, volviéndola hacia una dirección ya conocida por las dos. Le propinó una palmadita juguetona en el trasero.

—Ve a registrar las trampas para las liebres. El atardecer está cerca y las necesitaremos para la cena.
ElizabethAlacor · 22-25, F
Tenerla tan cerca, sentir el calor que sólo una diosa es capaz de emitir. La poca distancia que había entre sus labios. Unos labios divinos tan tentadores... no, no iba a defraudarla de esa manera.

—Haré lo que pueda —dijo, limitándose a rodear el cuerpo divino con los brazos. Lo único que besó fue su frente.
Tras su largo discurso, la cazadora respiró profundamente antes de pegar su frente coronada por una luminosa luna creciente, con la de su joven aprendiz.

—¿Me prometes qué, aunque el miedo domine tu corazón, te parás con la frente en alto y harás lo que sea para asegurar tu supervivencia, bienestar y felicidad, sin importar las circunstancias, permanezcas o no dentro de las Cazadoras de Artemisa?
—El qué estés aquí, y hayas dado la espalda a las comodidades de la civilización, ya dice mucho de ti. Te has adoptado a esta nueva vida más rápido que cualquier otra de mis doncellas. Nunca dudaste en disparar a un animal o a una bestia. Fuiste capaz de tragarte el miedo y pasar tu primera noche en el bosque, muchas de mis nuevas reclutas abandonan la Caza de Artemisa después de unas horas en su primer día. Elizabeth, lo veo ahora y lo vi el primer día en que nos conocimos, debajo de esas capas de miedo, hay una jovencita que está lista para caminar libre y desafiar al mundo. Libre, sin ataduras ni limites, salvaje e indomable.
—Mis doncellas no solo destacan por su habilidad con el arco, por su destreza con los cuchillos, por su capacidad de rastrear presas, o por la velocidad de sus pies —la expresión en el rostro de la diosa se suavizo—. Mis cazadoras son excepcionalmente fuertes de mente y espíritu. Son niñas que están preparadas para vivir una vida sin depender de nada, ni nadie, ellas desafían sin titubear al destino que las Moiras han tejido para cada uno. Es fácil decirlo, pero a la hora de la verdad, cuando te encuentras a merced del bosque; sola, sin amigos, sin familia, armada con un puñado de flechas, e iluminada únicamente por la luz de la luna y las estrellas, ya es otra historia, ¿no es así?

Artemisa cubrió las mejillas de Elizabeth con sus manos y limpio esas lágrimas de dudas e inseguridad con sus pulgares.
ElizabethAlacor · 22-25, F
—No sé por qué lo hizo. No lo entiendo.
—¿Sabes tú cómo elijo a mis seguidoras? ¿Recuerdas por qué te escogí?
ElizabethAlacor · 22-25, F
Así lo hizo, con vergüenza de que éstos estén rojos por las lágrimas.

—¿Qué va a decirme?
—Mientes—la contrario con gran severidad. La divina virgen saetero tomó con firmeza la barbilla de la joven doncella, obligándola a mirarla a esos ojos que hacían juego con el bosque— Mírame a los ojos, Elizabeth.

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