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La Agrotera había doblegado brevemente a su voluntad, el aire frío que circundaba el bosque, mientras escudaba sus ojos con su diestra y entrecerraba la vista por la luz del sol. A lo lejos, había alcanzado a divisar a un ciervo entre los arbustos, sus cuernos relucían como el oro fundido.
La doncella extrajo una flecha larga y afilada de su carcaj, alzó su arco de plata y le hecho un último vistazo a su presa, antes de tensar la cuerda de su arma y disparar.
 

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