Resonaría una pequeña risa traviesa antes de adentrarse nuevamente a las aguas. Con cada paso, sus caderas se contoneaban a un compás musical que solo los atentos podrían escuchar. Levantó sus manos y recogió en una pequeña dona sus largas hebras y se dispuso a sumergirse en el agua fresca. Aquella noche apacible sería el mejor momento para permitir que su energía se restituyera. Su cuerpo bajo la cristalina sustancia brilló cual neón en tono celeste mientras se desplazaba, dando a ver con nítida eficiencia las algas, anfibios, reptiles e incontables peces que habitaban aquel escondido lugar.
Torció suavemente los labios en una tímida sonrisa que nadie pudo notar conforme se desplazaba con elegancia e hipnótico movimiento. Cesó en su nado y emergió cual sirena, escurriendo por su rostro finas líneas de agua. — ¿Qué tanto murmullas? — Preguntaría al viento. Rió suavemente y mostró al cielo una perla Azul que poseía en el centro de la diestra. — Ya he conseguido lo que vine a buscar. El resto de la noche podemos platicar. — Arquearía una ceja con cómplice gesto, pícara y descarada como era ya su costumbre, permitiendo que aquel extraño que hurgaba entre los juncos se animara a darle frente a sus palabras.
Una tierna sonrisa se colocó en el centro de su rostro. Llevó la mano hacia su boca y, al contacto con sus labios, la gema se iluminó cual estrella antes de ser deglutida por la dama. La nívea piel mostró el trayecto de la luz que bajó por su garganta hasta centrarse en su estómago, delatando su posición final: el centro de su cuerpo.
