La ley del ladrón.
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DateMasamune · M
Para variar el tráfico en las avenidas principales se volvía con el pasar de los minutos más insoportable, no quería consultar su reloj porque sabía que se atormentaría. Era una persona puntual que trataba en lo más mínimo faltar a cualquier encuentro pero ¿Cómo puedes ganarle una jugada a las fuerzas del Universo? Exacto, no puedes. Estaría entonces en modo de reposo, vería pasar por su ventana los carros lentamente, se movían y se detenían, se movían y se detenían, parecían todos estar compaginados para formar un curioso vals con el semáforo y sus luces –Vamos ¡Muévanse! –Dijo el taxista, el pasajero no dijo nada.
Mientras todo se movía con velocidad de tortuga el Tuerto seguía distrayéndose con los acontecimientos fuera de su muy aislada caja, pensaba que las personas vivían muy despreocupadas y que muchas, en su mayoría se conformaban con poco «”La ambición no está en todos”» recordó mientras exhalaba –Lo siento Señor, pero tardaremos un poco. Los carros avanzan muy lento, y ya son las 11:55 A.M. –Comentó el taxista exasperado por el tráfico, el Tuerto aun sin decir nada se decidió a consultar la hora en su móvil comprobando que en efecto el taxista tenía razón. Inhalo profundamente y luego hablo- Le pagaré el triple si logra sacarnos de aquí. Debo cumplir con una cita muy importante ¿Puedo contar con usted? –Fijó su mirada en el espejo del automóvil correspondiendo con la mirada del chófer. Por un momento este dudo de lo que el Tuerto le decía ¿Enserio le pagaría el triple? Era toda una ganancia. Hecho. El chófer asintió y sin dudarlo dobló el volante y se lanzó por la acera menos concurrida de esa avenida, llevándose consigo postes de luz, cestas de basura y un carrito de flores. Mientras esquivaba aquellos obstáculo y los insultos –que nunca faltaban- de los peatones el Tuerto sonreía triunfante distrayéndose con la ventana, siquiera se mostró sorprendido ni excitado antes las maniobras del pobre hombre parecía más bien estar acostumbrado a la algarabía improvisada.
Sin embargo hubo un instante cuando dejaban atrás el semáforo que bloqueaba el libre acceso de los vehículos, donde su único y muy buen ojo se distraería en el panorama que divisaba de tal manera que inconscientemente su rostro se acerco al ventanal a causa de una mujer, pelirroja- Red hair…-Murmuró sonriendo hasta su comisura izquierda, aquella cabellera que se batía con la brisa y que desde luego iba al mismo ritmo de su dueña le hizo tener varios recuerdos simultáneos de un muy buen amigo y de una mujer que en su momento le dio mucha importancia a su vida, pero luego le perdió de vista y sin más se olvido de ella. Finalmente se hicieron las 12:03 P.M, ya el Tuerto se encontraba en Daigo. El taxi se detuvo frente un lujoso restaurante, la puerta se abrió y el pasajero bajó, abrió el lado diestro de su chaqueta para extraer de allí un fajo de billetes que sin cortarlos se lo entrego al taxista, hombre que casi se le salen los ojos de sus cuencas cuando se vio presa de tanto dinero- ¡Señor! ¿Quiere que lo espere? ¡No le cobraré! ¡Se lo juro! –Insistió el chófer, el Tuerto iniciando a caminar hacia la puerta del local asintió aceptando su petición.
Una vez que estuviese dentro del lugar no se molestaría en detallar la decoración, solo preguntaría por una reservación en específico y preguntaría si ya en la mesa había alguien más, desde luego la respuesta fue afirmativa. Camino sigiloso y cuidadoso por las mesas del restaurante junto con uno de los mozos para entonces detenerse frente una mesa de decoración nipona en donde yacía una pelirroja mujer sentada. El Tuerto se despojo de su calzado para entonces con tan solo decir un breve saludo hacerse sentir –Disculpe la demora. –Tomo asiento frente a la mujer percatándose rápidamente que era la misma pelirroja de hace varios minutos, por supuesto aquel suceso no lo comentaría, bastaría sonreír muy brevemente para asimismo.
Mientras todo se movía con velocidad de tortuga el Tuerto seguía distrayéndose con los acontecimientos fuera de su muy aislada caja, pensaba que las personas vivían muy despreocupadas y que muchas, en su mayoría se conformaban con poco «”La ambición no está en todos”» recordó mientras exhalaba –Lo siento Señor, pero tardaremos un poco. Los carros avanzan muy lento, y ya son las 11:55 A.M. –Comentó el taxista exasperado por el tráfico, el Tuerto aun sin decir nada se decidió a consultar la hora en su móvil comprobando que en efecto el taxista tenía razón. Inhalo profundamente y luego hablo- Le pagaré el triple si logra sacarnos de aquí. Debo cumplir con una cita muy importante ¿Puedo contar con usted? –Fijó su mirada en el espejo del automóvil correspondiendo con la mirada del chófer. Por un momento este dudo de lo que el Tuerto le decía ¿Enserio le pagaría el triple? Era toda una ganancia. Hecho. El chófer asintió y sin dudarlo dobló el volante y se lanzó por la acera menos concurrida de esa avenida, llevándose consigo postes de luz, cestas de basura y un carrito de flores. Mientras esquivaba aquellos obstáculo y los insultos –que nunca faltaban- de los peatones el Tuerto sonreía triunfante distrayéndose con la ventana, siquiera se mostró sorprendido ni excitado antes las maniobras del pobre hombre parecía más bien estar acostumbrado a la algarabía improvisada.
Sin embargo hubo un instante cuando dejaban atrás el semáforo que bloqueaba el libre acceso de los vehículos, donde su único y muy buen ojo se distraería en el panorama que divisaba de tal manera que inconscientemente su rostro se acerco al ventanal a causa de una mujer, pelirroja- Red hair…-Murmuró sonriendo hasta su comisura izquierda, aquella cabellera que se batía con la brisa y que desde luego iba al mismo ritmo de su dueña le hizo tener varios recuerdos simultáneos de un muy buen amigo y de una mujer que en su momento le dio mucha importancia a su vida, pero luego le perdió de vista y sin más se olvido de ella. Finalmente se hicieron las 12:03 P.M, ya el Tuerto se encontraba en Daigo. El taxi se detuvo frente un lujoso restaurante, la puerta se abrió y el pasajero bajó, abrió el lado diestro de su chaqueta para extraer de allí un fajo de billetes que sin cortarlos se lo entrego al taxista, hombre que casi se le salen los ojos de sus cuencas cuando se vio presa de tanto dinero- ¡Señor! ¿Quiere que lo espere? ¡No le cobraré! ¡Se lo juro! –Insistió el chófer, el Tuerto iniciando a caminar hacia la puerta del local asintió aceptando su petición.
Una vez que estuviese dentro del lugar no se molestaría en detallar la decoración, solo preguntaría por una reservación en específico y preguntaría si ya en la mesa había alguien más, desde luego la respuesta fue afirmativa. Camino sigiloso y cuidadoso por las mesas del restaurante junto con uno de los mozos para entonces detenerse frente una mesa de decoración nipona en donde yacía una pelirroja mujer sentada. El Tuerto se despojo de su calzado para entonces con tan solo decir un breve saludo hacerse sentir –Disculpe la demora. –Tomo asiento frente a la mujer percatándose rápidamente que era la misma pelirroja de hace varios minutos, por supuesto aquel suceso no lo comentaría, bastaría sonreír muy brevemente para asimismo.