-Talmente ciego que ni te das cuenta de los enemigos que te circundan. Prefiriendo mutilar tu misma mujer, solo para demostrar su valor.- refiriendome al combate en el jardín, en donde perdí una de mis colas, ganando solo mi propio dolor, mientras que mi marido prefirió preocuparse más por el ojo de su pantera negra.
Arrojo la copa en dirección del estatua, haciendo estallar la copa y el líquido en pleno rostro de aquel monolito.
-Eres ciego y te comportas como un niño: destruyes lo que haces y no produces nada.-
En pocos minutos fui rodeada por mujeres enmascaradas que limpian y acuden aquel objeto, limpiando su superficie y recogiendo los vidrios.
-Vaya, vaya. Quien tenemos aquí? Su excelencia, el grande y maravilloso rey del polvo.-
Pronuncio a pasos lentos, entrando en aquella sala inmensa, dedicada solo a un única estatua, una reproducción exacta, escala 1:1 del soberano y señor Zeilen. De frente a si mismo una mesa en piedra en donde una vez estaba apoyanda un arma, ahora queda solo la nada.
Era una vieja estatua, hecha con maestría en un tiempo lejano, medieval. Nadie andaba a visitarla, más que yo, encontrando un lugar en donde poderme sentir yo misma, desde el parto.
Voy a paso lento con mi atuendo, extravagante, formado por una semi armadura, con una copa de vino en mis manos que meneo entre mis garras. Había pasado una semana desde que mis cachorros lograron ver la luz del día por primera vez, encontrando una madre enamorada de ellos y más que aguerrida por defenderlos.
