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Se había tomado su tiempo e incluso había seguido la silenciosa indicación de arrodillarse, posando su rodilla izquierda sobre el frío y agrietado mármol de aquel recinto. Distinto a otros que agacharían su mirada, la de él se mantuvo en alto y sin apartar la mirada de la contraria, notando aquel par de preciosos azulados ojos de la diosa en ese tiempo.

Y tras aquella invitación, este abrió su mirada nuevamente, un tanto confuso. — ¿Comer? — Cuestionó aún sin saber cómo responder. — E-Esta bien... — replicó levantandose de su postura para seguir a la encarnación de la diosa de la guerra. ¿Así era como debía ser Athena? No sabía, se cuestionaba mucho ese detalle.
 
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