A pesar de amar la tranquilidad del bosque, y la seguridad de los territorios de su papá, Annette había desarrollado el gusto por escaparse ocasionalmente a la ciudad. Sólo se aseguraba no tener moros en la costa y, era libre por un par de horas. No necesitaba más. (...)
— ¡Vuelve, te prometo que no iremos a visitar a mi madre esta vez! Sé que no quieres hacer un escándalo, así que detente ahí. Golpearme y huir es muy bajo para ti, cariño. —Volvió a hablar con una extraña amabilidad y hasta intentando sonreír de una manera tan risueña que ni él mismo se creía. De hecho, tuvo que morderse el labio para aguantar la necesidad de gritarle más de un millón de maldiciones por su insolencia, por esa que seguía marcada en su cara y hervía como el resto de su sangre con cada segundo que pasaba. — Ven, hablemos, por favor.
