AndrewMaze

Dad y mi helado
|| te miro coqueta sonriendo ||

Oscuridad. Todo había pasado como meras luces chispeantes que circulaban a toda velocidad frente sus orbes aceitunados.
El ave en llamas había acudido en su ayuda, como siempre hizo y como siempre haría. Un tembloroso brazo se alargaba, tratando de tocarla, aunque fuera sentir su calor una vez más. Estaba sin fuerzas, como si se marchitara sin aquellas llamas que la envolvían.
"¡Fénix, ayúdame!", exclamaba con desesperación. Nadie la escuchaba, ni si quiera la presencia cósmica, cuya llama iba apagándose. Y se disipó en la nebulosidad de un vacío, fuera del alcance del tiempo y el espacio.

(...)

Hacía semanas que vivía atormentada entre pesadillas sin sentido, igual que cuando era tan sólo una aprendiz en aquella mansión. La Mansión X.
Y es que últimamente no hacía más que entrar y salir del recinto, desorientada. Sus alumnos se preocupaban por la salud de la maestra, y más de una vez sus compañeros acudieron en su ayuda. Aún con su grado de psicología (orgullosamente colgado en alguna pared de su habitación), ni ella misma coincidía en lo que podía estarla pasando.
Llegó un momento, en que decidió pasar más tiempo en solitario, descubrirse a si misma. Mirar en su interior, conversar con la entidad si era necesario. ¿Qué significaban todos aquellos mensajes de soledad y sufrimiento? Tantas preguntas para tan escasas respuestas.

El invierno estaba a la vuelta de la esquina, y ya se notaba con el viento huracanado y las lluvias torrenciales.
¿Por qué no plantas un bonito Sol entre que termina el otoño?, solía preguntarle a la mujer de piel de ébano. Claro, nada de romper leyes naturales.

Suspiró durante el corto recuerdo. La lluvia había vuelto a pillarla desprevenida, y sin capucha, trotó hasta el primer local que se encontró, siendo sorprendida por el joven.

—Buenas noches. Disculpa mis prisas, hoy hace un día de perros.— La cabellera escarlata destilaba agua de lluvia, incluso su rostro había adoptado un tono rosáceo, llevaba un rato corriendo.