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No puedo desaprovechar cada ocasión en la que puedo tenerte así, para mí.
 
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Mía.

Andrei no era un hombre de pasiones. No obstante, había una excepción, una sola, que removía los sentimientos casi olvidados en su interior: Misery, la mujer que jamás esperó y que ahora no sólo cuidaba de la Byblos Occultae, sino que era dueña de aspectos que el mismo vampiro no reconocía de sí; como si hubieran nacido solo por y para ella. Ahora que tenía la oportunidad de tenerla cerca, para él, tales facetas despertaban, instándolo a buscar un roce anhelado por el cual su piel clamaba y sus labios ardían, deseosos de unirse a los de la joven. Andrei sostuvo su peso sobre la cama, con sus negras pupilas fijas en las de Misery; el silencio acompañó el descender de su rostro, que, centímetro a centímetro, fue rompiendo la distancia, amenazando con completar el enlace.
 
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