La hay. —con calma verifica, sí, no es la suya así que le cambia la hamburguesa que ella sí había mordido, apenas un trocito— Ni a ella le gustan los pepinillos, ¿ves? —café en cambio está devorando lo que Moka le da— En este pueblucho no hay nada, como en todos los pueblos que ya hemos pasado. —ya ni se enfada, ha sido un viaje largo de vuelta a la ciudad, es lo único que le motiva a seguir y seguir con una van que aunque vieja, no les ha dejado a medio camino, una niña que se queja de todo (más que ella) y un perro— Ya sé lo que quiero apenas lleguemos a la ciudad... Quiero ir al restaurante donde venden esas brochetas de pollo con salsa agridulce, también quiero ir al centro, una cama suave y un buen baño caliente. —dice luego de pasar bocado con el viento caliente rozándole el rostro y llevando sus cabellos ya largos de nuevo. Incluso sonríe en el recuerdo de aquello que alguna vez fue su hogar, su primer hogar con él.

— ¿Hay diferencia de verdad, Kaalenka? Agh...—dijo mientras le enseñaba la hamburguesa, pensó que era la suya, no la había mordido aún, eso sí. Tenía mucha hambre y como siempre había discutido con los empleados— No puedo ni creer que no tenían pepsi. A Moka no le gusta Coca Cola.

— ¿Por qué la mía tiene pepinillos?... ¿No es esa la mía? —se asoma, está de pie a su costado y husmea en la hamburguesa que él trae en su mano para verificar que sea realmente la que él pidió. Por otro lado está Moka dándole las verduras al perro, como siempre.