Se quejó avergonzada la pelinegra. Le divertían las reacciones de su pareja, así que realmente no se quejaba de absolutamente nada. Un pequeño estremecimiento le recorrió el cuerpo, como si de una descarga eléctrica se tratara, erizándole la piel casi al completo por culpa de aquellas manos hábiles que decidieron apretar ambos senos, que incluso estaban aún más sensibles por no haber amamantado en un par de horas. Sus manos fueron directas a las muñecas del hombre, palpando las dulcemente en un intento de que le soltara por las buenas. Aunque sus esfuerzos por soltarle se vieron arruinados cuando sin querer un gemido bajito se le escapó gracias a los besos en su cuello.
En vez de quejarse por el inesperado agarre de su novio, soltó una carcajada bajita, una risa nerviosa ante la situación que le tomó por sorpresa, pero aún con todos su nerviosismo, no dudó ni un segundo en corresponder al ansioso beso de su más alto.
