Más instantes después su curiosidad pudo más que su prudencia, pues sus pupilas verdes miraron de reojo al joven que caminaba a su lado. —¿Eres un mensajero? ¿O quizás... el hijo de Gaius?! No, eso sería muy raro.— Se quedó pensativa, era difícil imaginarse a ese hombre siendo padre, con lo ocupado que siempre estaba, y jamás había hablado de su descendencia. Esperó mejor a que su curiosidad fuese saciada por la respuesta de Merlín.
No pudo evitar que una pequeña risa brotara de sus labios. —Si, afortunadamente...— ¿Debía decirle la verdad? Aunque le agradaba la forma en la que ese joven se dirigía a ella. La mayoría de las personas le hablaban con respeto y parsimonia, otras quizás con temor, era verdaderamente fresco tener una conversación con alguien tan natural, quizás esperaría un poco antes de revelar la verdad.
—¡Claro!— Dijo enérgica y dio un par de pasos para el lado contrario de donde él venía. —Sígueme, te llevaré a su laboratorio, aunque has llegado en mal momento, los Caballeros han regresado recién de una importante cruzada y Gaius pasa casi todo el día tratando a los heridos a petición de mi p...— Calló a tiempo. —Del Rey.— Era uno de sus pequeños defectos, hablaba y hablaba sin parar y muchas veces ni siquiera se daba cuenta de lo que decía. Apretó ligeramente los labios y siguió su camino, a paso lento por el pasillo.
Merlín jamás imagino estar frente a joven princesa de Camelot, para él su vestir era sencillo, siempre imagino que los reyes y príncipes portaban trajes ostentosos y capas junto a sus coronas de brillantes diamantes, por ello la vestimenta de la fémina le confundió quitando cualquier etiqueta que un simple aldeano debía tener frente a la realeza.
En su aldea había rumores e historias que el hijo del príncipe era arrogante y egocéntrico y con eso en mente suspiro aliviado.
— Afortunadamente me he topado contigo y no con el príncipe o el rey. —
El castillo era inmenso, seguramente si se perdía morirá de hambre al no ser encontrado por días.
La curiosidad del hombre por el aspecto de la mujer se hizo presente y la miro había algo en ella que le llamaba la atención.
—¿Merlin?— Sus pupilas de un verde claro e intenso se fijaron en él. —¿Qué hacías deambulando por el Castillo? No se supone que los ciudadanos deban estar en esta ala. ¿Te has perdido?— Preguntó, implicando que él sabía frente a quién estaba, aunque en reinos vecinos, más allá de las murallas de Camelot, más allá de los dominios de Britannia, se hablaba del talentoso heredero de Uther, el más diestro de los Caballeros de la Mesa Redonda. ¿Quién imaginaría que ese Príncipe era en realidad una chica?
La hija de Uther Pendragon conocía cada rostro y cada nombre en el Castillo, sus súbditos la apreciaban por su cándido corazón, que no veía a su gente como inferiores tal y como era común de los nobles y monarcas, sino como iguales, pues Altria pensaba, para ganarse el respeto de su gente tenía que darles respeto por igual. Más ese rostro precisamente no le parecía para nada familiar.
Era un joven por demás distraído, y ella misma que divagaba perdida en sus pensamientos, ni siquiera con los reflejos de un ágil Caballero fue capaz de evitar aquélla casi caída, de no ser porque el muchacho la sujetó por la muñeca habría terminado vergonzosamente en el suelo.
Dio un profundo respiro tomando aire, y comenzó a caminar adentrándose al castillo preguntando por Gaius y entre indicaciones no se dio cuenta, al no prestar atención al camino por admirar la construcción e incluso las pinturas a su paso se topo con alguien, era de estatura baja, por instinto sujeto su muñeca evitando asi perdiera el equilibrio y terminara en el suelo.
— ¿Estas bien?—pregunto ahora prestando atención a la fémina. — Siento mi torpeza, mi nombre es Merlín. — se presento ante ella.
El joven arribó después de un largo y cansado viaje, cruzando las puertas de Camelot. Solo una mochila y la carta escrita por su madre dirigida a Gaius el medico de la Corte, el cual debía buscar si es que quería un lugar para dormir esa noche.
Camino por las calles abarrotadas de gente, todos en sus deberes, algunos acarreando agua, otros empujando carretillas, los niños jugando y correteando por doquier, los guardias custodiando que todo esté en perfecto orden y hasta el fondo el castillo, tan grande e imponente frente a sus ojos. [...]
