—Entrega tu carne, dame tu alma. Y galoparas conmigo entre las tormentas

Felicidades, ahora eres parte de la caza salvaje —

No importando los gritos, no importando las súplicas, tomaría de su cabeza con firmeza. Enredó sus dedos entre sus cabellos, sin cuidado, sin delicadeza, no le importaba pues su carne mortal le era poco relevante.

Un tirón, la piel se rasgó como tela de la peor calidad, abriéndose hasta penetrar a los músculos, las vértebras del cuello empezaron a tronar cuál si de tratara de una simple rama.. y así, un tirón más, separó la cabeza del cuello, obligando al cuerpo a retorcerse como último reflejo de los nervios...