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Cy1516757 · F
Habían asesinado a uno de los duques pertenecientes a la organización de Darah, el cadáver, vilmente arrojado a un barranco había sido encontrado por los hermanos Berzelius una semana después del crime. Las ganas de querer venganza por parte de aquellos que habían sido los más cercanos al duque eran evidentes.

La primera alarma roja se activó. Cualquier miembro de la organización podría escoger a un guardaespaldas. Los hermanos Berzelius siempre eran los primeros en ser escogidos, Sokar por delante, después Amelia y luego Devnet, las cabezas al mando de la mafia eran sus protegidos.

La junta se daba por terminada, habían puesto en orden algunas ideas que quedaban sueltas, el permanecer encerrados en casa no parecía del todo atractivo, pero era lo más seguro que podían hacer en esos momentos, o por lo menos, hasta que se encontrase al culpable.

— Un callejón. — Escuchó decir a la pelinegra de ojos carmín, llevaba aquel sombrero negro y el vestido de cóctel, tan elegante como siempre. — Tú sola, Amelia. No lleves a Sokar, es hostil y no queremos que nada salga mal. — Repitió las ordenes dadas a la pelinegra, haciéndola bostezar a modo que daba entender que poco le importaba, Sokar era su hermano y si no se trataba de algo más serio que aquella estupidez de trabajo, no planearía dejarle sólo.

Esperó a que el sol se metiera, justo como estado acordado. Las runas habían perdido su efecto justo a la media noche, estaba lista para salir. Llevaba aquella ropa de color negro, los vaqueros, las botas militares, la camiseta y la chaqueta de cuero. Las orbes eran lo que resaltaban en la noche, la luna estaba perfecta, en lo alto del cielo, donde los humanos se pudieran deleitar con su luz, pero no tocarle. Las orbes de la azabache parecían un par de estrellas, tan claras que parecían titanio liquido, mientras que la linea que les rodeaba y ciertos destellos negros, le salvaban de perderse con el resto de la cornea, eso era lo que delataba su presencia, también lo pesado que era su mirada y el mal humor que traía al tener que ir sóla.

Sostenía un cigarro entre sus dedos, observaba el humo viajar por en frente de ella, directo a esfumarse un par de segundos después. No era un simple cigarro, uno de esos de tabaco, no, era un cigarro de marihuana, algo que los hermanos Berzelius solían consumir con frecuencia. Se recargó en la puerta de entrada, era un edificio viejo para ser un antro que recibía gente de todo tipo. Su víctima se encontraba adentro pero, había demasiada gente como para ingresar como si nada, así que ahí permaneció, oculta, esperando a que llegase alguien que pudiera servir como señuelo, una mujer, una guapa, eso le serviría.