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Cuando sintió la mano de Nico una pequeña mueca confusa fue la respuesta involuntaria de su rostro. Esperaría un puñetazo, mala cara o cualquier rasgo de agresividad típico en ella.
Justo ahora una muestra de calidez que repentina se transformó en una tímida molestia fue la mejor forma de decir que vaciló al instante.

—¿Comer? Suena bien. Hay un puesto italiano dónde el fetuccini es excelente —Siguió detrás de la rubia, con ambas manos metidas a los bolsillos—, un vino estaría bien, también.
 
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