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Alerc · M
Merced al tiempo juntos, conocía a la perfección las expresiones de la soberana; razón por la que, desde el inicio, no le pasaron inadvertidas las señales de angustia, ni el atisbo de dolor que ella parecía experimentar. Atento, y sobre todo, respetuoso, Almeric escuchó hasta el final, con el nombre de Aragorn evocando el recuerdo de una de tantas aventuras vividas con Ériu; por supuesto que no había olvidado a La Bestia, con quien, para su suerte, había hecho buenas migas. También él compartía la preocupación de su señora respecto al bosque.
—Por supuesto. Me ocuparé de atender la preocupación de Aragorn, y sus órdenes a la par, mi señora. —Se permitió un instante para permitir el cruce de su mirada ámbar con los iris azulados de Ériu; tan solo un momento, pues no quería faltar al decoro, tras el cual se puso en pie, recobrando su arco, Rienfleche, y colgándoselo a la espalda, aprestándose para partir.
—Por supuesto. Me ocuparé de atender la preocupación de Aragorn, y sus órdenes a la par, mi señora. —Se permitió un instante para permitir el cruce de su mirada ámbar con los iris azulados de Ériu; tan solo un momento, pues no quería faltar al decoro, tras el cual se puso en pie, recobrando su arco, Rienfleche, y colgándoselo a la espalda, aprestándose para partir.
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