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Alerc · M
—No hará falta nadie más... Una comitiva podría poner sobre aviso a los cazadores; hará falta encontrarlos desprevenidos para dar cuenta de ellos y asegurarnos de que no vuelvan a diezmar la población del bosque. —Tras sus palabras, hizo una profunda reverencia; tan profunda como su aprecio por Ériu, o la lealtad que le debía.
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Merced al tiempo juntos, conocía a la perfección las expresiones de la soberana; razón por la que, desde el inicio, no le pasaron inadvertidas las señales de angustia, ni el atisbo de dolor que ella parecía experimentar. Atento, y sobre todo, respetuoso, Almeric escuchó hasta el final, con el nombre de Aragorn evocando el recuerdo de una de tantas aventuras vividas con Ériu; por supuesto que no había olvidado a La Bestia, con quien, para su suerte, había hecho buenas migas. También él compartía la preocupación de su señora respecto al bosque.

—Por supuesto. Me ocuparé de atender la preocupación de Aragorn, y sus órdenes a la par, mi señora. —Se permitió un instante para permitir el cruce de su mirada ámbar con los iris azulados de Ériu; tan solo un momento, pues no quería faltar al decoro, tras el cual se puso en pie, recobrando su arco, Rienfleche, y colgándoselo a la espalda, aprestándose para partir.
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Almeric se había arrodillado, con su rostro escondiéndose tras la cortina bermeja de su melena al mantener la cabeza gacha; era menester para él demostrar la seriedad de su juramento, y no podía hacerlo de otra forma sino rindiéndose y postrándose ante su soberana, con el arco descansando sobre el suelo, a su lado, y la capa de viaje esparciendo sus faldones sobre la opulenta alfombra que llevaba al trono, pues no se había detenido siquiera a mudar sus prendas al sentirse obligado - y deseoso - de reportar su llegada lo antes posible. Sin embargo, hubo de alzar la vista cuando escuchó la voz de Ériu, o al menos la promesa de ésta; pues lo primero, un murmullo casi fuera del alcance de su oído, poco sentido tuvo para él hasta que la vio descansar su grácil rostro sobre las manos finas y hablarle nuevamente.
FAs1564284 · F
—Ahora que haces mención de eso... — Murmuró, más para sí misma que para Almeric. Sus delicados dedos se entrecruzaron y sus codos se recargaron en los brazos del trono, así pudo poner el peso de su barbilla sobre sus manos enlazadas. —Me temo que hemos sabido de más intrusos en el bosque que ponen en peligro a mis animales. He hablado con Aragorn, la bestia que lo protege y mi fiel servidor, y me ha expresado la caza indiscriminada, parece que va en aumento... — Su ceño se hallaba fruncido por la evidente preocupación. Le dolía tanto saber que aquellos seres preciosos sufrían de tal manera pero le dolía más pedirle a Almeric - su primer amigo - que partiera si apenas había arribado. Aún así sabía que su deber como reina estaba primero; tras un largo suspiro retomó el habla, clavando sus azules en él. —Tú me encontraste, eres bueno para seguir pistas... ¿Podrías encontrar el campamento donde se esconden? Te proporcionaréa los hombres que necesites.
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—Paz... Mi corazón anhelaba una paz que resulta difícil de adquirir cuando uno no se conoce a sí mismo; tras todos los viajes, aún me faltaba, y la deseaba en grado sumo. Ahora estoy listo, mi señora; envíeme a las tareas más difíciles, exílieme si es necesario para cumplir con los más ingratos deberes; pero yo, Almeric, entrego aquí y ahora mi lealtad a usted de nuevo, y juro que nunca más volveré a faltar cuando me necesite.
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—No cargo en ti el peso de la culpa, ni por un segundo. Comprendo el corazón inquieto de los seres que habitan mi reino así que puedo entender tu ausencia. Espero encontraras lo que sea que hayas salido a buscar, Xeivia siempre te recibirá con los brazos abiertos. Tu lugar en mi corte sigue presente.
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—Mi señora, ruego disculpe mi ausencia y mi fallo a los deberes que usted puso sobre mis indignos hombros. He vuelto para servirle a usted y a Xelvia...
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— ¡Almeric! Tu regreso hace brillar más el cielo de Xeivia. Todos aquí te hemos extrañado.

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