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Montañas de Zhyun, Ionia

Un huracán había llegado a la Isla reciente, una tormenta que no se sentía como ninguna otra. Durante días sus enfurecidos vientos habían agitado la calma natural de las aldeas y los bosques, sin embargo lo más raro de aquel tifón no eran los vendavales que peinaban a raudales las hondonadas de Omikayalan, o los relámpagos que cimbraban las faldas del monte Tevasa. No, la verdadera rareza estaba en otro plano. En el corazón de los bosques los espíritus se percibían inquietos, espectros diabólicos revoloteaban violentamente mientras las ánimas guardianes parecían ausentes, dormidas. El balance estaba fracturado, malignas fuerzas etéreas habían despertado en Ionia perturbándolo todo

Thrak Ul umKrimp (el fin se acerca)-

Shen había notado esta perturbación, un susurró oculto en la ventisca de aquel huracán lo atormentaba. Horas atrás, mientras todos dormían, abandonó los templos de la Orden para adentrarse en las cascadas de un terreno cercano donde su padre solía meditar cuando algo lo inquietaba.

Ahí sumergió su cuerpo debajo de las aguas heladas de una cascada, adoptando una postura de medio loto mientras permitía que las corrientes lo purificaran. Veló sus ojos con el peso de los parpados, y tranquilamente espero. Durante aquella quietud su mente fue abordada por diferentes memorias, donde veía constantemente a su padre. Entre todas esas imágenes, un paisaje se hizo más nítido que otro.

En aquella vieja hebra de sus recuerdos se encontraban él y Zed junto a su padre siendo solo unos niños. Debía ser el comienzo de la primavera, la hierba reverdecía pero aún quedaban unos pocos rastros de escarcha por el invierno. Los recuerdos eran confusos, su padre los estaba reprendiendo por algo, pero no podía recordar exactamente porque, en medio de aquel sermón el maestro Kusho los llevó hasta la sombra de un árbol, donde trepaba un ciempiés.

"Observen -dijo- aprendan del humilde ciempiés . Al contrario que el grillo, no salta. Al contrario que la avispa, no vuela. Lo que hace es arrastrarse sobre sus cien patas, cada una conectada a un segmento de su cuerpo. Cada segmento se mueve de forma armoniosa, pero contiene su propio par de patas, su propio caparazón y, algunos dicen, su propio corazón. Esa es la armonía, y las bases del balance"

En ese momento Shen salió de su sueño. A pesar de que la iluminación no había llegado como esperaba, haber revivido aquella vieja memoria le hizo sonreír y tranquilizó su corazón. Cuando volvió la mirada hacia los cielos vio una relumbrante luna roja adornando la noche. -Zed.- susurró, segundos después repitió otro nombre.- Syndra.- las perturbaciones de Ionia no eran del todo un misterio. El balance había sido fracturado por los oscuros poderes de aquellos dos impios. Solo había una manera de restaurar el equilibrio natural de las cosas, pero en su corazón temía llevar al triunvirato hacia una pelea con enemigos tan poderosos. Akali y Kennen eran muy jóvenes.

Con una iluminación parcial sobre su espalda, y con mucho que pensar aún, apresuró sus pasos hacía la aldea, tenía que regresar antes de que alguien notara su ausencia. Finalmente no se vería bien que el actual maestro de los Kinkou abandonará el refugio a media noche porque tuvo que ir a meditar a causa de sus confusiones ¿En qué clase de líder lo convertía eso?
 
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