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Fuera de las respiraciones agitadas de las involucradas, un silencio reinaba en las inmediaciones de aquel parque; parecía un momento de tregua momentánea entre las delincuentes que, tan sólo unos momentos antes, habían estado peleando entre ellas. Pero el cansancio mermaba los cuerpos de todas, y sólo un par de ellas quedaban en pie, justo al centro del conflicto: la Kaisei Kitsune Oni y Tanaka de las Yoyogi Hannyas.
 
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ClosedClosed · 31-35, M
El delincuente se giró para encarar aquella escena; hubo un instante de silencio, en el que tan solo se podía escuchar la respiración entrecortada y forzada de la Hannya en el suelo, mientras Airi mantenía los brazos alzados, empuñando con fuerza el bat. Más que una pelea, aquello daba la impresión de ser una ejecución visceral, luciendo la sukeban como un verdugo y su contrincante como un animal al que se disponía a sacar de su miseria, ambas a punto de arruinar sus vidas.

— Hazlo, no seas cobarde, maldita mocosa.

Decía Junzō entre dientes para sí mismo. La tensión era insoportable y despertaba en él aquellas ansias enfermizas que solía reprimir pero que no podía contener cada que la sangre fluía. Todo aquello se disolvió de golpe en él al escuchar el anticlimático sonido de las sirenas. Frunció el ceño en decepción, pero tampoco le extrañaba la idea de que algún vecino hubiese llamado al ver aquella escena.
 
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