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Fuera de las respiraciones agitadas de las involucradas, un silencio reinaba en las inmediaciones de aquel parque; parecía un momento de tregua momentánea entre las delincuentes que, tan sólo unos momentos antes, habían estado peleando entre ellas. Pero el cansancio mermaba los cuerpos de todas, y sólo un par de ellas quedaban en pie, justo al centro del conflicto: la Kaisei Kitsune Oni y Tanaka de las Yoyogi Hannyas.
 
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AiriSato · 18-21, F
El polvo formaba una ligera nube al rededor del cuerpo abatido de Tanaka, y la Kitsune Oni miraba desde arriba, sin pena ni gloria, como si fuese una vil caminata por el parque; y a diferencia de su contraria, la fatiga del enfrentamiento no se le notaba en lo absoluto, sólo la suciedad de sus ropas la delataba, y algunos moretones en las piernas y en los nudillos. Un par de Hannyas se acercaron con la intención de recuperar a su lidereza, Airi hizo un movimiento de cabeza casi imperceptible, pero eso hizo que, en unos segundos, las Hannyas fueran detenidas por sus Onis.

—¿Quién dijo que esto ha terminado?

Cuestionó burlona e impávida, y el eco de su voz resonó en aquel parquesillo. Tanaka tosió un par de veces e intentó incorporarse. La sukeban de Kaisei la volvió a clavar en el suelo de un pisotón que le arrancó nuevamente el aliento de forma audible, y las Hannyas gruñeron al unísono.

—¿Y quién dijo que te podías mover? Tu lugar está ahí, a mis pies, serpiente.
 
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