Le sacó la lengua con esa impertinencia que la caracterizaba y frunció la nariz con falso desagrado; detestaba que la trataran como niña, pero debía admitir que se lo había ganado, sus suposiciones habían sido absolutamente infantiles. Y sin embargo, no era ninguna tonta, más que las cortadas de sus manos, los vestigios de esos tatuajes que le cubrían las manos lo delataban. Decidió dejar ahí el tema, pues sus ojos se distrajeron en lo que recién había preparado el mayor; después de todo, no era quien para juzgar el pasado de otros, sin importar cuánta curiosidad le causara.

—Tsk… Nan demo ī!— rechistó, y se dio la vuelta sobre su eje, con la intención de dirigirse hasta su plato de ramen frío que yacía en la mesa. Ahora tenía hambre y no pensaba desperdiciar aquel manjar.