[code]Terminó de pasar la toalla por sus manos, marcadas por años de una vida dura en las calles y en el negocio de la Yakuza. Cada cicatriz tenía su propia historia, todas ellas arraigadas en su mente, cosas que jamás podía olvidar y que normalmente le llegaban a provocar insomnio.

Kenta podía mostrarse como todo un friki extrovertido, pero en su espalda no cargaba una lapida, cargaba un cementerio completo. Fue un hombre sumamente peligroso durante su tiempo en la Yakuza, encargado de servir a su oyabun hasta su momento de retiro. Las cicatrices de sus manos eran tantas como las vidas que había tomado.

— Sigues con lo mismo, niñata, esto no es un manga donde el tipo con cicatrices y tatuajes es un Yakuza —

Su voz, su expresión, incluso su mirada mostraba tranquilidad, una jovialidad singular, nuevamente dando vuelta al tema para evitar hablar sobre su pasado, ese mismo que podría ser más peligroso de saber que guardar.[/code]