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Antigua, franca
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Apariencia:

De ojos de un brillante tono entre la esmeralda y el zafiro, facciones ovaladas y tiernas que parecen haber sido bendecidas por los dioses por su desapego a lo terrenal. Su cabello sería rubio de no ser porque las cenizas de una civilización antigua lo manchó con toques algo más oscuros, y cuyas aristas recubren hasta la parte baja de su cintura. Aunque su piel tiene una tonalidad blanca normal y no pálida, un suave brillo dorado puede reflejarse en ella sólo en noches de luna menguante.

Su cuerpo es estilizado pero manteniendo la proporción de la rebosante naturaleza, y sí, es bastante alta, un poco más que una humana promedio. Su edad aparente fluctúa entre los 17 y 19 años. Los labios que posee son perfilados, con un grosor armonioso que sólo sugiere su mayoría de edad.

Lo excepcional que puede verse a simple vista son sus alas de suave y brillante plumaje blanco, en una parte de la sección derecha algunas plumas luciendo doradas y sus orejas puntiagudas.


Edad:

120 años.


Ropas:

No tiene más que un vestido y es bastante ligero, de hombros descubiertos y con una costura más bien renacentista en rosa anaranjado, hombreras ligeras doradas unidas por ramas y flores en el torso, detalles ídem en las mangas y en los bordes de la falda que recubre sólo hasta por sobre sus rodillas y cuya tela es gruesa, sedosa y resistente. Usa sandalias bajas hechas de hiedra, cómodas y ligeras para correr por casi cualquier tipo de terreno y (de momento) no posee armas o artefactos consigo.





Historia (Resumen):


Capítulo I "De las guerras, historia y del alzamiento a las estrellas."

No hace falta explicar sobre las islas flotantes en el polo norte de todos los mundos pero igual lo haré, porque es de menester para que entendáis mejor el hecho de que las raíces de sus habitantes se hayan desarraigado de la tierra. La república de Thraelor estaba en su plenitud, en la cúspide de su funcionamiento y sin grandes amenazas. Era custodiada por los dragones y los avariel la poblaban en grandes cantidades.

Los avariel, a grandes rasgos, son elfos alados muy antiguos que tuvieron siempre buenas relaciones con los dragones por no tener grandes deseos por lo material, y se centraron mucho más en la búsqueda de conocimientos espirituales, artísticos y mágicos durante toda su existencia, y es ese mismo hecho el que les permitía mantener en lugares dedicados a estos imponentes guardianes del oro, sus tesoros seguros, además de compartir sabidurías, porque mucho de almas y del poder interior podían saber los Avariel, mas muchas historias del mundo bajo las nubes tenían los dragones... ¿Pero cómo fue que llegaron al cielo?

Cuenta la leyenda que desde sus inicios fueron envidiados por otros elfos, los humanos, los enanos y los goblins por su irrealidad en los rasgos, altura y sus grandes dotes para la magia... era como si sus almas hubiesen sido puestas en esos cuerpos proporcionadamente perfectos por ser predilectas de los dioses, y eso generaba resquemores que con los siglos se fueron haciendo más punzantes, hasta hacerlos estallar en una guerra que los elfos alados no querían corresponder con violencia. A esto, los Cuatro grandes magos generales, pertenecientes a la "Orden de Hechicería de Los Cinco Elementos" respondieron de una forma inesperada para resguardar la seguridad de sus habitantes y de ellos mismos. Encerraron sus ciudades en una cúpula inmensa y elevaron las mismas con los trozos de tierra que las envolvían, haciéndolas viajar hacia el polo norte que colinda con todas las dimensiones, hacia un lugar inhóspito e inclemente que no permitiera subir al cielo desde los hielos eternos. Se alzaron por sobre las nubes donde el sol llegó para siempre, y no existieron más las noches, sólo atardeceres y amaneceres de muchas horas, días larguísimos, nunca sin luz. Los dragones hicieron lo suyo para apoyarlos y con su poder, mantuvieron funcionando la tierra flotante, uniéndola con un hilo invisible de sus alientos a las densas nubes que enmarcaban el límite visual desde el cielo hasta el mundo normal, haciéndolas subir y emerger como salientes de agua, y fue así que en Thraelor se generaron nuevos manantiales para alimentar a la flora y a los que la poblaban.

Así sucedieron muchos años, eras desde esa guerra donde los linajes cambiaron y los elfos alados lentamente se fueron volviendo más y más ignorantes acerca de la existencia de las otras razas, y los dragones se fueron volviendo más aprehensivos con ellos terminando por encerrarlos en una burbuja de seguridad, volviendo sus vivencias del mundo de los humanos simples fábulas para niños, relatos fantasiosos sin importancia. Ese es el motivo por el cual la vida bajo las nubes era algo irreal, algo tan mitológico como lo eran los avariel para el resto del mundo.

Para entonces la capital de Thraelor era Aelanis, la ciudad de las torres de mármol blanco más alta y más resistente donde reinaban Neomor y Mirhë de la familia Goldsplendor. Toda la familia Splendor y sus consecuentes colores eran nacidos en cuna de oro, eran nobles por naturaleza y aunque no se diferenciaban físicamente en nada de todos los demás avariel, sus maneras, su garbo y su apego hacia lo relativo al espíritu, los hacía distintos y no superiores a los demás. Los colores representaban cada una de las virtudes que los diferenciaba y hacía resaltar. En particular la familia Whitesplendor tenía apego por la pureza de los seres vivos y la vida natural, y aunque estaban obligados a usar ropajes nobles, hombres y mujeres se las arreglaban para que estos fueran lo más ligeros posibles y de esta manera poder sobrevolar laderas y terrenos aledaños a las islas, aunque nunca muy lejos, porque los dragones no permitían el paso y menos las cúpulas protectoras de las ciudades.

Una joven de 170 años, Aethelis Whitesplendor era la joven que más hacía gala de esa ansia de libertad y de vida natural, aunque también solía ser la más obediente con respecto a las reglas de buena conducta de un noble, y sus ojos se apagaban cuando accedía a ponerse los vestidos de cualquier noble, porque encadenar su torso a esos molestos corsets y actuar con las maneras refinadas de todos los otros Splendor la volvía encantadoramente taciturna, y aún en ese estado, dentro de su imaginación olía rosas que crecían cercanas a los manantiales, volaba más allá de los lindes que los dragones permitían y abrazaba las refrescantes y esponjosas nubes que cubrían como mar el mundo desconocido y peligroso de las profundidades.

Dejando ese tema aparte, por otro lado estaban los goblins, maestros en tecnomagia... el motivo principal por el que odiaban a los avariel era el hecho de que tenían una facilidad inigualable con la magia, cosa de la que ellos carecían, y lo que tomaba cien años para un goblin, en sólo diez un avariel podía lograrlo. Esta raza fue la que impulsó la guerra primero que nadie, siempre se consideraron sus más grandes enemigos, y dada a su amistad con los toscos enanos que ansiaban la altura y delicadeza de los elfos alados, no dudaron dos veces en manipular a otras razas, como los humanos, para comenzar la guerra, aludiendo a que en Thraelor había mucho material y conocimiento de alquimia y magia que sus reyes no querían compartir con nadie.

Durante todas esas eras los goblins estuvieron buscando el lugar exacto donde podrían encontrarse los avariel, y aunque nunca lo compartieron más que con sus amigos, los enanos, nunca los olvidaron y siempre quisieron volver a luchar contra ellos, diezmarlos, pues no estaban conformes con que existieran en ese mundo y menos que viviesen como ángeles en los cielos, como predilectos. Poco a poco fueron acercándose al lugar donde ellos creían había más concentración de dragones, más avistamientos, y encontraron el polo norte. Las nubes eternas no les permitían ver hacia los cielos, por lo que se atrevieron a adivinar con certeza de que ese era el lugar perfecto para que los avariel se escondieran. Desarrollaron a través de un par de siglos la tecnología para poder volar. Eran naves que hacían las veces de aves enormes de metal, sin cascos ni escudos más que un par de placas circulares de metal en borda y manejables como brazos a lo largo de la silueta de todo el armatoste, con catapultas en la popa y con una placa metálica que permitía la postura de huestes con arco, flecha y espadas, y las esferas explosivas que eran carga de las catapultas. Funcionaban a base de cerebros de quimera o gemas mágicas y en el último de los casos, tenían un sistema manual de energía que se lograba por medio de algo parecido a las bicicletas, unas cuarenta de ellas para mantener en el aire tales magnas construcciones. Sin embargo toda esta tecnología fue astutamente oculta de los dragones y de cualquier otro ser en las profundidades de las minas de los enanos. Cuando llegó el momento se alzaron con todo su arsenal, mataron a los 2 dragones que custodiaban la parte baja del polo norte y se elevaron sobre las nubes, viendo en gracia y plenitud las ciudades, mas con las cúpulas debilitadas estas por el pasar las eras.




Capítulo II "De la caída del avariel y sus vivencias en el mundo de las profundidades."

Luego de romper la cúpula valiéndose de apenas dos esferas explosivas, los enanos y goblins irrumpieron en las ciudades, aterrizaron diezmando a otro par de dragones en una batalla campal y que prometía ser eterna. Aelanis, la capital estaba siendo invadida, y la familia Splendor debía salir de allí en cuanto antes hacia las fortalezas del norte pero para variar, Aethelis sobrevolaba los lindes este de la ciudad para cuando todo esto estaba acaeciendo y una de las maquinarias la encontró vagando sola, aprovechándose de la situación para dar con una esfera explosiva justo en una de sus alas, misma que se habría despedazado de no ser por una evasión de última hora, y sólo una parte pequeña del ala fue destruída haciéndola caer de todas maneras hacia las nubes, esas espumosas nubes que ella pensaba la esperaban para abrazarla en una caída suave... pero se equivocó y pasó en banda hacia los hielos. Conoció lo que era el frío y sólo se abrazó; sentía que se quemaba completa con la nieve en su piel, vio todo oscuro, conoció el terror de un día gris de tormenta y fue ese nerviosismo lo que la obligó a planear para aterrizar lo más suavemente posible sobre la nieve con una de las alas ensangrentadas.





De Aelanis nada más se supo y no pasaron muchas horas hasta que unos humanos encontraron a Aethelis tendida en medio de la nada. La tomaron, vieron sus alas, pensaron que se trataba de un ángel y como eran alquimistas, resolvieron llevarla a un laboratorio en las ciudades del sur para curarla y hacerle experimentos, preguntarle de dónde venía y demás. Casi todo el camino se hizo la dormida y aunque despertó a los dos días de haber sido estabilizada, esperó el momento preciso para escapar de la caravana. El miedo de la noche que nunca había visto, la maravilla de las estrellas que pudo ver de reojo y el comportamiento barbárico de esos humanos para cazar animales, la mantuvieron en una constante vigilia y cuando los árboles fueron espesos, pegó un salto en silencio, y nunca más se le vio.

Hoy, perdida en el mundo de las profundidades y sin poder volar, debe encontrar la forma de volver a Aelanis, con nulo conocimiento acerca del mundo, sus idiomas y sus razas.


Tocar la lira, leer libros, volar, cultivar flores, cantar. ~